Visión en el mar
De bruces sobre la banda
del buque, inmóvil y absorto,
en las aguas cristalinas
ávidos clavo los ojos.
Más adentro y más adentro
van entrando codiciosos,
hasta que sombras inciertas
me velan el negro fondo.
Pero las inciertas sombras
acláranse poco a poco,
y con pálidos matices,
y con trémulos contornos,
dibujan torres y cúpulas,
portales, muros y fosos.
Antigua ciudad flamenca
contemplo, por fin, atónito;
pero animada y viviente
con sus moradores todos.
Ancianos de noble traza
con la negra capa al hombro,
con blanquísima gorguera,
cadenas y dijes de oro,
la luenga espada en el cinto,
la gravedad en el rostro,
van y vienen por la plaza
del mercado bullicioso,
por el ancho graderío
del popular Consistorio,
donde imperiales imágenes,
labradas por rudo escoplo,
velan calladas e inmóviles,
con acero, cetro y globo.
Ante las casas, que lucen
vidrieras de alegres tonos,
y en largas y rectas filas
se extienden a un lado y otro,
pasan con crujir de seda
bajo los tilos frondosos,
damiselas de buen talle,
de semblante ruboroso
que ciñe negra toquilla,
cárcel de sus rizos blondos;
y a la castellana usanza
engalanados los mozos,
las siguen y las obsequian
con sonrisas y piropos.
Nobles matronas y dueñas
con holgantes mantos lóbregos,
y en las descarnadas manos
rosario y libro devoto,
hacia el templo se encaminan,
y avivan sus pasos cortos
repiques de las campanas
y vibraciones del órgano.
¡También en el alma mía
retumbáis, ecos sonoros!
Anhelo infinito y vago,
afán secreto y recóndito,
del corazón mal curado
todas las fibras han roto.
Paréceme que su herida
besan labios cariñosos,
y las cicatrices saltan
y mana sangre de pronto,
y la sangre va cayendo
gota a, gota y poco a poco;
va cayendo al mar profundo,
va cayendo al negro fondo,
va cayendo en una casa,
una casa que conozco,
una casa, que, desierta,
tristeza inspira y enojos;
y a la ventana, una hermosa
imagen del abandono,
la frente apoya en la diestra
y en el alféizar el codo;
¡y esa niña triste y sola
es la hermosa, que yo adoro!
¡Así te ocultaste, ingrata,
a mi amor inmenso y loco!
¡Así te ocultaste, ingrata,
por un femenil antojo,
en otro mar, aun más grande,
en otro mar, aun más hondo!
Y regresar ya no puedes,
y allí vives, no sé cómo,
para ti, todos extraños,
y tú extraña para todos.
Yo te busco sin sosiego,
yo te busco sin reposo,
te busco por todas partes,
te busco de todos modos,
amor que siempre idolatro,
ilusión que siempre lloro,
ventura que siempre anhelo,
felicidad que hoy recobro.
Sí, te hallo al fin, y de nuevo
miro tu espléndido rostro,
y tu radiante sonrisa
y tus soñadores ojos;
y jamás he de perderte,
pues todas mis dichas logro,
y con los brazos abiertos
a tus dulces brazos corro.
Digo así, y al tiempo mismo,
ya doblando el cuerpo todo,
del capitán que me agarra
siento el brazo vigoroso,
y su voz oigo, que grita:
-«Doctor, ¿os lleva el demonio?»
De bruces sobre la banda
del buque, inmóvil y absorto,
en las aguas cristalinas
ávidos clavo los ojos.
Más adentro y más adentro
van entrando codiciosos,
hasta que sombras inciertas
me velan el negro fondo.
Pero las inciertas sombras
acláranse poco a poco,
y con pálidos matices,
y con trémulos contornos,
dibujan torres y cúpulas,
portales, muros y fosos.
Antigua ciudad flamenca
contemplo, por fin, atónito;
pero animada y viviente
con sus moradores todos.
Ancianos de noble traza
con la negra capa al hombro,
con blanquísima gorguera,
cadenas y dijes de oro,
la luenga espada en el cinto,
la gravedad en el rostro,
van y vienen por la plaza
del mercado bullicioso,
por el ancho graderío
del popular Consistorio,
donde imperiales imágenes,
labradas por rudo escoplo,
velan calladas e inmóviles,
con acero, cetro y globo.
Ante las casas, que lucen
vidrieras de alegres tonos,
y en largas y rectas filas
se extienden a un lado y otro,
pasan con crujir de seda
bajo los tilos frondosos,
damiselas de buen talle,
de semblante ruboroso
que ciñe negra toquilla,
cárcel de sus rizos blondos;
y a la castellana usanza
engalanados los mozos,
las siguen y las obsequian
con sonrisas y piropos.
Nobles matronas y dueñas
con holgantes mantos lóbregos,
y en las descarnadas manos
rosario y libro devoto,
hacia el templo se encaminan,
y avivan sus pasos cortos
repiques de las campanas
y vibraciones del órgano.
¡También en el alma mía
retumbáis, ecos sonoros!
Anhelo infinito y vago,
afán secreto y recóndito,
del corazón mal curado
todas las fibras han roto.
Paréceme que su herida
besan labios cariñosos,
y las cicatrices saltan
y mana sangre de pronto,
y la sangre va cayendo
gota a, gota y poco a poco;
va cayendo al mar profundo,
va cayendo al negro fondo,
va cayendo en una casa,
una casa que conozco,
una casa, que, desierta,
tristeza inspira y enojos;
y a la ventana, una hermosa
imagen del abandono,
la frente apoya en la diestra
y en el alféizar el codo;
¡y esa niña triste y sola
es la hermosa, que yo adoro!
¡Así te ocultaste, ingrata,
a mi amor inmenso y loco!
¡Así te ocultaste, ingrata,
por un femenil antojo,
en otro mar, aun más grande,
en otro mar, aun más hondo!
Y regresar ya no puedes,
y allí vives, no sé cómo,
para ti, todos extraños,
y tú extraña para todos.
Yo te busco sin sosiego,
yo te busco sin reposo,
te busco por todas partes,
te busco de todos modos,
amor que siempre idolatro,
ilusión que siempre lloro,
ventura que siempre anhelo,
felicidad que hoy recobro.
Sí, te hallo al fin, y de nuevo
miro tu espléndido rostro,
y tu radiante sonrisa
y tus soñadores ojos;
y jamás he de perderte,
pues todas mis dichas logro,
y con los brazos abiertos
a tus dulces brazos corro.
Digo así, y al tiempo mismo,
ya doblando el cuerpo todo,
del capitán que me agarra
siento el brazo vigoroso,
y su voz oigo, que grita:
-«Doctor, ¿os lleva el demonio?»