Amado Nervo, poeta nayarita -bio-

UN NIÑO QUE ESCRIBÍA A HURTADILLAS
Amado Nervo
"No tengo historia, nunca me ha sucedido nada", nos dice Nervo, atento sólo a los requerimientos de su intimidad. "Nací en Tepic, pequeña ciudad de la costa del Pacífico, el 27 de agosto de 1870". "Quieta ciudad. . . llena de dulce monotonía, de íntima y sedante mansedumbre". "Empecé a escribir siendo muy niño, y en cierta oca­sión una hermana mía encontró mis versos, hechos a hurtadillas, y los íeyó en el comedor a toda la familia reunida. Yo escapé a un rincón. Mi padre frunció el ceño. Y eso fue todo. Un poco más de rigidez y escapo para siempre. Hoy sería quizás un hombre práctico. Habría amasado una fortuna con el dinero de los demás, y mí honorabilidad y seriedad me abrirían todos los caminos. Pero mi padre solamente frunció el ceño. Por lo demás, mi madre escribía también versos, y también a hurtadillas". Muerto el padre, al que adoraba, su familia se transladó a Zamora. En­tró al cercano colegio de Jacona donde, durante 1884 y 1885, estudió la lengua de Cervantes, traduciendo a Horacio y a Virgilio, así como las de Shakespeare y Corneille. De ahí, pasó al Seminario de Zamora donde estu­dió Ciencia y Filosofía tres años y el primero de Leyes, de 1886 a 1889. Habiéndose suprimido en el Seminario tal carrera, en 1891 estudió Nervo un año de Teología. Un año antes decía: "Me espera el estudio. . . el perio­dismo. . . la tribuna revolucionaria, los gritos frenéticos de las agitadas muchedumbres". Al dejar el Seminario Nervo pasa a Mazatlán donde se inicia en el periodismo. De ahí, en busca de más amplios horizontes, se dirige a la ciudad de México, colaborando en la Revista Azul de Gutiérrez Nájera. Funda después la Revista Moderna. En 1898 publica su primera novela, "El Bachiller", y "Perlas Negras", el primer volumen de poesías. Ingresa en 1900 a la carrera diplomática y es destinado a París, donde conoce a Rubén Darío e inicia con Ana, la futura "Amada Inmóvil", el idilio que había de durar diez años, hasta la prematura muerte de ésta su máxima inspira­ción. En 1900 pasa a Madrid y en 1919 es designado ministro en Uruguay, donde fallece el 20 de mayo lle­nando de consternación al mundo literario. Su paso dejó honda huella. Inmarcesibles ahí quedan más de treinta volúmenes de poesía, novela, cuentos, crónicas, poemas en prosa, ensayos y hasta una pieza teatral. Desde la preciocista torre de marfil de sus inicios hasta la más refinada sencillez de sus postrimerías, obras como El Éxodo, Las Flores del Camino, Lira Heroica, Serenidad, Elevación, La Amada Inmóvil. . . lo colocan entre los más grandes poetas de la lengua castellana.



UN POETA ENTRAÑABLEMENTE MEXICANO
"NACÍ DE una raza triste"... Y no en vano lo dijo Nervo, ya que su fina sensibilidad no pudo menos que reflejar el melancólico fatalismo que, como antídoto a su ancestral fiereza, caracteriza a la raza que lo originó. Lo cierto es que, bien sea que lo revista con milagros de orfebrería, como en sus inicios, o que lo exprese en la más refinada sencillez de sus postrimerías, ese melancó­lico fatalismo no deja de manifestarse en toda su obra. "Leit motiv" de ella, su continuo invocar a Dios no es sino el "Lo quiso Dios", "Dios lo quiera" con que un pueblo expresa ancestral pasividad, producto de tres siglos de sometimiento, de estoica renunciación.
En tal sentido, pues, podríamos decir que la crítica ignora la más íntima esencia de su poesía cuando alude a su nacionalidad como a algo meramente circunstancial, como si temiera res­tarle universidad. Cierto que no fue Nervo un poeta folklorista y que su espíritu exquisito estaba lejos de todo chauvinismo, pero la ca­rencia de tonos populares no impide que su poesía exprese, con refinamiento quizá, pero sin que ello le reste pureza, los más caracterís­ticos sentimientos de su raza.
Cierto que, al igual que sus ancestros ante la falsa pedrería de los conquistadores, cual chico que se asoma al mundo como a un esca­parate de juguetería, Nervo en sus principios se deja seducir por el preciosismo afrancesado de su época.

"Querría que mi verso, de guijarro, 
en gema se trocase y en joyero; 
que fuese entre mis manos como el barro
en la mano genial del alfarero
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
radiante, dúctil, poliforme y bello".

Pero, claro, va a Europa y en ella, nostálgico quizá de su terruño, acaba por encontrar su propio tono, mesurado, leve, que es el mismo de su pueblo. Y así fue como, habiendo empe­zado burilando milagros de orfebrería terminó expresándose con la más prístina sencillez.
"No he tenido ni tengo tendencia alguna literaria especial. Escribo como me place. No sostengo más que una escuela: la de mi honda y perenne sinceridad. He hecho muchas cosas malas, en prosa y en verso, y algunas bue­nas ..." dijo alguna vez, con la innata modestia de la raza triste en que nació.