Tormenta
Sobre la mar tenebrosa
yace la hinchada tormenta;
murallón de obscuras nubes
el turbio horizonte cierra,
y con angulosas ráfagas
resplandece el rayo entre ellas;
resplandece y se disipa,
cual luminosa ocurrencia
que cruzó del padre Jove
por la olímpica cabeza.
Sobre las desiertas olas
el trueno retumba y rueda;
desenfrenados galopan
con las blancas crines sueltas,
corceles que engendró el Bóreas
en las erictonias yeguas;
y las marítimas aves
lúgubres revolotean,
cual las sombras de los muertos
en las estigias riberas,
cuando Carón las rechaza
de su barca ya repleta.
¡Ay, desdichada barquilla!
¡Ay, infeliz barquichuela,
que la danza estás danzando
más peligrosa y siniestra!
Eolo burlador envía
porque su juguete seas,
los músicos más sonoros
de su estrepitosa orquesta.
Unos silban, otros soplan,
otros te acosan y obsequian
con figles que se acatarran
o trompas que se destemplan,
y el piloto dando tumbos,
junto al timón, siempre en vela,
fija la vista en la brújula,
alma del bajel inquieta,
alza las manos y exclama:
«¡Acudid en mi defensa,
Cástor, triunfador jinete,
Pólux, invencible atleta!»
Sobre la mar tenebrosa
yace la hinchada tormenta;
murallón de obscuras nubes
el turbio horizonte cierra,
y con angulosas ráfagas
resplandece el rayo entre ellas;
resplandece y se disipa,
cual luminosa ocurrencia
que cruzó del padre Jove
por la olímpica cabeza.
Sobre las desiertas olas
el trueno retumba y rueda;
desenfrenados galopan
con las blancas crines sueltas,
corceles que engendró el Bóreas
en las erictonias yeguas;
y las marítimas aves
lúgubres revolotean,
cual las sombras de los muertos
en las estigias riberas,
cuando Carón las rechaza
de su barca ya repleta.
¡Ay, desdichada barquilla!
¡Ay, infeliz barquichuela,
que la danza estás danzando
más peligrosa y siniestra!
Eolo burlador envía
porque su juguete seas,
los músicos más sonoros
de su estrepitosa orquesta.
Unos silban, otros soplan,
otros te acosan y obsequian
con figles que se acatarran
o trompas que se destemplan,
y el piloto dando tumbos,
junto al timón, siempre en vela,
fija la vista en la brújula,
alma del bajel inquieta,
alza las manos y exclama:
«¡Acudid en mi defensa,
Cástor, triunfador jinete,
Pólux, invencible atleta!»