El naufragio
¡Esperanza y amor! ¡Todo perdido,
deshecho y roto!... Y yo ¡desventurado!
como un cadáver soy, que embravecido
a la ribera el mar ha vomitado.
El piélago desierto miro enfrente;
duelos detrás, congojas y amarguras;
y nubes sobre mí, nubes obscuras,
hijas deformes del pesado ambiente.
Sus odres en el mar continuamente
llenan, y sin sosiego,
llevándolas en hombros afanosas,
en el mar otra vez los vierten luego:
labor interminable, aborrecida,
y a pesar de sus ansias trabajosas,
estéril ¡ay! como mi propia vida.
Gimen las olas, lanzan sus graznidos
las gaviotas, y surgen halagüeños
recuerdos de otra edad medio perdidos.
Imágenes borradas, vagos sueños,
llenos al par de encantos y de enojos,
tristemente risueños,
brillan de nuevo a mis cansados ojos.
Allá en el Septentrión vive una hermosa,
de beldad soberana y deslumbrante
su talle esbelto, como palma airosa,
ciñe cándida túnica flotante.
De su frente, de trenzas coronada,
bajan en luengos rizos sus cabellos,
tan negros y tan bellos
como noche feliz y sosegada.
Su pálido semblante pensativo
esos obscuros rizos embellecen,
y los ojos en él con fulgor vivo
como dos soles negros resplandecen.
¡Soles negros! ¡Cuán dulce el alma mía
en vuestros resplandores
bebió la ardiente inspiración un día!
Y al fijaros en mí fascinadores,
¡cómo ¡ay Dios! vacilaba y sucumbía!
Una sonrisa púdica, inocente,
abría entonces tierna y cariñosa
el labio de mi bella displicente,
una sonrisa tan tranquila y pura
como rayo de luna en noche obscura,
tan dulce como aliento de una rosa;
y encumbrando mi espíritu su anhelo
cual águila caudal volaba al cielo.
¡Callad, olas del mar embravecido!
Roncas aves, callad! ¡Todo perdido,
dicha, esperanza, amor! Triste y doliente
náufrago yazgo en playa sin guarida,
y en la infecunda arena aborrecida
llorando escondo la ardorosa frente.
¡Esperanza y amor! ¡Todo perdido,
deshecho y roto!... Y yo ¡desventurado!
como un cadáver soy, que embravecido
a la ribera el mar ha vomitado.
El piélago desierto miro enfrente;
duelos detrás, congojas y amarguras;
y nubes sobre mí, nubes obscuras,
hijas deformes del pesado ambiente.
Sus odres en el mar continuamente
llenan, y sin sosiego,
llevándolas en hombros afanosas,
en el mar otra vez los vierten luego:
labor interminable, aborrecida,
y a pesar de sus ansias trabajosas,
estéril ¡ay! como mi propia vida.
Gimen las olas, lanzan sus graznidos
las gaviotas, y surgen halagüeños
recuerdos de otra edad medio perdidos.
Imágenes borradas, vagos sueños,
llenos al par de encantos y de enojos,
tristemente risueños,
brillan de nuevo a mis cansados ojos.
Allá en el Septentrión vive una hermosa,
de beldad soberana y deslumbrante
su talle esbelto, como palma airosa,
ciñe cándida túnica flotante.
De su frente, de trenzas coronada,
bajan en luengos rizos sus cabellos,
tan negros y tan bellos
como noche feliz y sosegada.
Su pálido semblante pensativo
esos obscuros rizos embellecen,
y los ojos en él con fulgor vivo
como dos soles negros resplandecen.
¡Soles negros! ¡Cuán dulce el alma mía
en vuestros resplandores
bebió la ardiente inspiración un día!
Y al fijaros en mí fascinadores,
¡cómo ¡ay Dios! vacilaba y sucumbía!
Una sonrisa púdica, inocente,
abría entonces tierna y cariñosa
el labio de mi bella displicente,
una sonrisa tan tranquila y pura
como rayo de luna en noche obscura,
tan dulce como aliento de una rosa;
y encumbrando mi espíritu su anhelo
cual águila caudal volaba al cielo.
¡Callad, olas del mar embravecido!
Roncas aves, callad! ¡Todo perdido,
dicha, esperanza, amor! Triste y doliente
náufrago yazgo en playa sin guarida,
y en la infecunda arena aborrecida
llorando escondo la ardorosa frente.