Poema: Saludo al mar de Heinrich Heine

Saludo al mar

¡Thalatta, sí, thalatta!
¡Oh mar, oh eterno mar, yo te saludo
con animoso pecho y con voz grata!
Diez mil veces, oh mar, mi labio rudo
te aclama, como un día,
cuando el hogar cercano aparecía,
te aclamaron, con himnos de victoria,
tras luenga y ruda y desigual porfía,
los diez mil combatientes de la historia.

Las olas espumantes
rodaban y mugían altaneras;
el sol con arreboles deslumbrantes
teñía las riberas;
volaban espantadas las gaviotas
al aire dando sus discordes notas;
relinchaban gozosos los corceles;
chocaban los broqueles;
y en la extensión, que inmensa se dilata,
sonaba el grito salvador: ¡Thalatta!

¡Oh mar, eterno mar, yo te saludo!
Como voz del hogar, en mis oídos
suena tu voz, cuando a tu orilla acudo;
en tu móvil cristal mi fantasía
finge de la niñez sueños queridos;
y otra vez vuelve a la memoria mía
el recuerdo de aquellas
de la infancia dichosa joyas bellas,
de aquellos sorprendentes
de Noche-Buena espléndidos presentes,
conchas pintadas, pececillos de oro,
nítidas perlas, ramas purpurinas
de brillante coral, todo el tesoro
que escondes en tus urnas cristalinas.

¡Cuánto en extraña tierra
sufrí! Como arrancada
flor, que en su bote de latón estrecho
el botánico encierra,
mustióse el corazón dentro del pecho;
y como enfermo soy, que en triste lecho
pasó el invierno, en lóbrega morada,
y luego, el mal curado, de repente
goza de Primavera, al esplendente
rayo del sol de Abril, alborozada;
y con blandos arrullos
le saludan los ramos cimbradores
cubiertos de capullos;
y con sus ojos llenos de fulgores
contémplanle las flores;
y todo arde y palpita,
y alienta, y resplandece y canta y grita;
y en la bóveda azul, con trinos suaves,
¡Thalatta! dicen las canoras aves.

¡Corazón que en la noble retirada
triunfas cual los diez mil! ¡Cuántas, en duras
contiendas, te acosaron de la odiada
bárbara grey, temibles hermosuras!
Cayeron sobre mí como saetas,
de sus rasgados, vencedores ojos,
las miradas inquietas;
mi espíritu intranquilo
hería su palabra engañadora,
arma de doble filo;
y aumentaban mis duelos insensatos
sus cartas, en mal hora
llenas de deliciosos garabatos.
En vano, en vano tras el fuerte escudo
me guarecí: silbaba el dardo agudo;
los golpes a los golpes sucedían,
y las beldades ¡ay! del Norte rudo
hasta tu playa, oh mar, me perseguían;
hasta tu playa, donde al fin aliento,
y con pecho animoso y con voz grata
el grito de victoria doy al viento:
¡Thalatta, oh mar libertador, Thalatta!