Soneto: VIII EL FIN DE LA VIDA

Miguel de Unamuno


Fué flor que al árbol arrancó el granizo
y luego en tierra el sol la vió, despojo,
entre el polvo rodar por el rastrojo
del viento al albedrío tornadizo.

Mantillo al tin la oscura flor se hizo
al pié escondido de espinoso tojo
y en el trascurso de un ocaso rojo
la enterró vil gusano. De su hechizo

quedó libre el perfume, lo que aspira
hacia el cielo inmortal, templo de calma
en que no hay ni granizo ni mentira;

que es el cuerpo algo más que vil enjalma
de la mente; para el canto es lira,
y es el fin de la vida hacerse un alma.