Soneto: CXX A la esperanza

Miguel de Unamuno

I

Esperanza inmortal, genio que aguardas
al eterno Mesías, del que sabes
que nunca llegará, tú la que guardas
á tu hija la fé con siete llaves

y que ante la razón no te acobardas
si no haces á los corazones aves
para volar sobre las nubes pardas
de la fosca verdad, ya en mi no cabes,

Esperanza inmortal, ave divina!
que es mi alma para tí harto mezquina
y te ahogas en ella, y por tal arte

huérfano me he quedado de tu abrigo,
y ahora lucho sin tí por si consigo
luchando así, á las ciegas, olvidarte.


II

Pero no, tú, inmortal, por siempre duras
pues vives fuera de nosotros, Santo
Espíritu, de Dios en las honduras,
y has de volver bajo tu eterno manto

á amparar nuestras pobres amarguras,
y á hacer fructificar nuestro quebranto;
sólo tú del mortal las penas curas,
sólo tú das sentido á vuestro llanto.

Yo te espero, sustancia de la vida;
no he pasar cual sombra desvaída
en el rondón de la macabra danza,

pues para algo nací; con mi flaqueza
cimientos echaré á tu fortaleza,
y viviré esperándote, Esperanza!