- 4 -
Los granaderos
A Francia dos granaderos,
allá en Rusia prisioneros,
vuelven ya: ¡suerte feliz!
Al llegar una mañana
a la frontera alemana
doblan ambos la cerviz.
Nueva oyeron lastimera;
está ya la Francia entera
en poder del invasor;
deshecho y roto el altivo
Gran Ejército; ¡cautivo!
¡cautivo el Emperador!
Escuchan, mudos de espanto,
la nueva fatal: el llanto
baña su curtida tez;
y con ansias reprimidas
uno dice: «Mis heridas
se abren todas otra vez».
Dice el otro: «¡Acabó todo!
¡Morir! fuera el mejor modo
de dar término a este afán,
Mas, ¡los pobres pequeñuelos!...
¡La mujer!... ¡Oh santos cielos!
si les falto yo, ¿qué harán?»
-«¿La mujer?... ¿Y qué me importa?
¿Los hijos?... El alma absorta
llora desdicha mayor.
¿Pan les falta?... ¡Por Dios vivo!
¡Que lo mendiguen!... ¡Cautivo!
¡Cautivo el Emperador!»
«Una súplica sagrada
he de hacerte, ¡oh camarada!
¡Compadécete de mi!
Para abrir mi humilde huesa,
llévame a tierra francesa,
dormiré mejor allí.
»Esta cruz resplandeciente,
de roja cinta pendiente,
ponla sobre el corazón;
en su sitio, al diestro lado,
el fusil bien colocado;
la espada en el cinturón.
»Así, a punto, y siempre en vela,
estaré, cual centinela
fijo siempre en su lugar;
hasta que oiga en feliz día
rechinar la artillería
y los caballos trotar.
»Y el Emperador, al frente
de su ejército impaciente
cabalgará, y al clamor,
armado saldré de tierra,
y otra vez iré a la guerra,
detrás del Emperador».
Los granaderos
A Francia dos granaderos,
allá en Rusia prisioneros,
vuelven ya: ¡suerte feliz!
Al llegar una mañana
a la frontera alemana
doblan ambos la cerviz.
Nueva oyeron lastimera;
está ya la Francia entera
en poder del invasor;
deshecho y roto el altivo
Gran Ejército; ¡cautivo!
¡cautivo el Emperador!
Escuchan, mudos de espanto,
la nueva fatal: el llanto
baña su curtida tez;
y con ansias reprimidas
uno dice: «Mis heridas
se abren todas otra vez».
Dice el otro: «¡Acabó todo!
¡Morir! fuera el mejor modo
de dar término a este afán,
Mas, ¡los pobres pequeñuelos!...
¡La mujer!... ¡Oh santos cielos!
si les falto yo, ¿qué harán?»
-«¿La mujer?... ¿Y qué me importa?
¿Los hijos?... El alma absorta
llora desdicha mayor.
¿Pan les falta?... ¡Por Dios vivo!
¡Que lo mendiguen!... ¡Cautivo!
¡Cautivo el Emperador!»
«Una súplica sagrada
he de hacerte, ¡oh camarada!
¡Compadécete de mi!
Para abrir mi humilde huesa,
llévame a tierra francesa,
dormiré mejor allí.
»Esta cruz resplandeciente,
de roja cinta pendiente,
ponla sobre el corazón;
en su sitio, al diestro lado,
el fusil bien colocado;
la espada en el cinturón.
»Así, a punto, y siempre en vela,
estaré, cual centinela
fijo siempre en su lugar;
hasta que oiga en feliz día
rechinar la artillería
y los caballos trotar.
»Y el Emperador, al frente
de su ejército impaciente
cabalgará, y al clamor,
armado saldré de tierra,
y otra vez iré a la guerra,
detrás del Emperador».