Poema: Poseidón de Heinrich Heine

Poseidón

La luz del sol resplandeciente brilla
sobre el móvil cristal del mar inquieto,
y allá, a lo lejos, en la abierta rada,
espera dócil el bajel velero,
para llevarme a los perdidos lares,
soplo feliz del suspirado viento.
Yo, reclinado en la arenosa duna,
que de la árida playa se alza en medio,
leyendo estoy los cantos inmortales,
eternamente hermosos de Odiseo
en los que suenan las revueltas olas,
y aspiro de los dioses el aliento,
gozo la aurora del linaje humano,
y el cielo azul de la Hélada contemplo.

Leal mi corazón, sigue afanoso
en los azares de su rumbo incierto,
al hijo de Laertes. Afligido
con él, extraño huésped, tomo asiento
en el dichoso hogar, donde las reinas
hilan purpúrea lana. A sus esfuerzos
uno mi afán cuando sagaz escapa
del antro del Gigante, o de los tiernos
abrazos de la ninfa apasionada;
en las ciméreas sombras con él entro
y le sigo en borrascas y naufragios,
sus cuitas y peligros compartiendo.

Y suspirando exclamo:-«¡Cuán terribles
tus iras son, engañador Poseidón!
Temblando estoy por el retorno». Digo,
y el espumoso mar hierve al momento;
la frente, que coronan verdes juncos,
saca del agua, y su robusto pecho,
el poderoso Dios; mírame esquivo,
y me habla así con mofador acento:

-«Nada temas, poetilla,
de las olas ni los vientos;
no es digno de tempestades
tu mísero barquichuelo,
ni tu inocente existencia
de afanes, sustos y duelos.
No encendiste, pobre vate,
jamás mi rencor tremendo,
ni en las murallas de Troya
la menor brecha has abierto;
ni una pestaña arrancaste
al ojo de Polifemo,
ni Palas, la sabia diosa,
fue tu consejera y Méntor».

Dice así el dios con desdeñoso labio,
y en el hirviente mar se hunde de nuevo;
y suenan bajo el agua carcajadas,
y es que a sus toscas befas hacen eco
Amfitrite, la diosa pescadera,
y las hijas idiotas de Nereo.