Poema: En el puerto de Heinrich Heine

En el puerto

¡Feliz quien al puerto llega
y a la mar la espalda vuelve,
y libre ya de sus riesgos,
se sienta cómodamente
en el abrigado sótano
de la taberna de Bremen!
¡Cuán bello y sereno el mundo
en mi copa resplandece!
y ese inquieto microcosmo
que en la roja linfa hierve,
del labio al sediento pecho,
¡cuán dulce y grato desciende!
Todo en el cristal brillante
a mis ojos aparece:
cosas de antaño y de hogaño,
lo pasado y lo presente,
griegos y otomanos juntos,
Gans discutiendo con Hégel.
Allá, bosques de naranjos,
aquí militantes huestes;
Túnez al lado de Hamburgo,
Berlín tocando con Memfis,
y en medio de todas esas
imágenes esplendentes,
la angelical cabecita
de mi amada brilla siempre,
sobre el fondo de oro fino
del vino del Rhin alegre.
¡Cuán hermosa, vida mía,
cuán hermosa y gentil eres!
Eres rosa: no la rosa
de Shiraz, que allá en Oriente
ama el ruiseñor; no aquella
rosa de Sarón celeste,
que los profetas cantaron
en sus místicos vergeles.
Eres la rosa más bella
de cuantas fueron y fueren,
rosa de las rosas, ¡rosa
de la taberna de Bremen!
Cuanto más los días pasan
más espléndida floreces;
y tu aroma me extasía
me transporta, de tal suerte
que en el duro suelo diera
¡ay Dios! a no sostenerme
en sus fraternales brazos
el tabernero de Bremen.
¡Valeroso camarada!
Mano a mano y frente a frente
bebemos y discutimos
cuanto nos viene a las mientes,
las cuestiones más abstrusas
los problemas más rebeldes.
Después dulces suspiramos,
y haciendo unas cuantas eses,
o voy a dar en sus brazos
o en mis brazos a dar viene.
El, en mis santos propósitos
me confirma y me sostiene;
por mis propios enemigos
bebo y brindo alegremente;
perdono a los malos vates
(¡logre yo iguales mercedes!),
y al fin llanto de ternura
mis pupilas humedece.
Abrense entonces las puertas
que guardan discretamente
la bodega sacrosanta
¡para mí la gloria! y vense
en fila los doce Apóstoles
(¡doce soberbios toneles!)
que, mudos, a todo el mundo
catequizan y convierten,
pues su universal idioma
todos los hombres entienden.
¡Cuán hermosos personajes!
de tosco roble vistiéronse;
mas tanto por dentro brillan,
fulguran y resplandecen,
cual los ufanos levitas
que en el templo alzan la frente;
como aquellos cortesanos,
que lucían insolentes
en el palacio de Herodes
sus brocados y joyeles.
¡Dios del cielo y de la tierra!
¡Señor! He pensado siempre
que, al vivir en este mundo,
vuestros compañeros fieles
fueron personas de viso,
no grosera y zafia plebe.
¡Aleluya! Verdes palmas
de Bethel, ¡cómo trasciende
y me halaga vuestro aroma!
Mirra de Hebrón ¡qué bien hueles!
Santo Jordán, ¡cómo ondula
y desmaya tu corriente!
Ondulante yo desmayo
también, y trémulo y débil
ondula el buen tabernero,
y a empellones y vaivenes
me hace subir la escalera
al sol y al aire volviéndome.
Contempla, buen tabernero
de la taberna de Bremen,
tropel de angelitos rubios
en los tejados de enfrente;
por sus cantos y sus risas
cuán ebrios están se advierte.
Mira el sol allá en el fondo
de la bóveda celeste;
nariz es que victoriosa
la borrachera enrojece,
del espíritu del mundo
nariz tremenda y solemne,
y el universo beodo
en torno suyo se mueve.