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Brilla la menguante luna
entre nubarrones pardos;
solitaria la abadía
está junto al Camposanto.
La Biblia estudia la madre;
mira la luz el muchacho;
la hermana mayor dormita;
dice la otra bostezando:
«¡Todos los días lo mismo!
¡Qué fastidio y qué cansancio!
han de enterrar algún muerto
para ver nosotros algo».
Sin dejar la madre el libro,
dice: «Ya trajeron cuatro
desde el día en que a tu padre,
(que en paz descanse) enterraron».
La hermana mayor exclama:
«De pasar hambre me canso:
iréme a casa del conde,
que es rico y apasionado».
Y el mozo: «Tres cazadores
vi en la venta, echando un trago:
van esparciendo doblones,
y han de enseñarme a buscarlos.»
La Biblia le arroja al rostro
la madre, y con grito amargo,
prorrumpe: -«¡Facineroso
quieres ser, hijo malvado!»
Y llaman a la ventana,
y signos hace una mano,
y está allí el padre difunto
envuelto en sus negros hábitos.
Brilla la menguante luna
entre nubarrones pardos;
solitaria la abadía
está junto al Camposanto.
La Biblia estudia la madre;
mira la luz el muchacho;
la hermana mayor dormita;
dice la otra bostezando:
«¡Todos los días lo mismo!
¡Qué fastidio y qué cansancio!
han de enterrar algún muerto
para ver nosotros algo».
Sin dejar la madre el libro,
dice: «Ya trajeron cuatro
desde el día en que a tu padre,
(que en paz descanse) enterraron».
La hermana mayor exclama:
«De pasar hambre me canso:
iréme a casa del conde,
que es rico y apasionado».
Y el mozo: «Tres cazadores
vi en la venta, echando un trago:
van esparciendo doblones,
y han de enseñarme a buscarlos.»
La Biblia le arroja al rostro
la madre, y con grito amargo,
prorrumpe: -«¡Facineroso
quieres ser, hijo malvado!»
Y llaman a la ventana,
y signos hace una mano,
y está allí el padre difunto
envuelto en sus negros hábitos.