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Estoy triste, muy triste, sin que entienda
la razón ni el por qué:
fija tengo en la mente una leyenda
que en la infancia escuché.
Era frío el crepúsculo; rodaba
tranquilo el Rhin; el sol
las cúspides remotas alumbraba
con su último arrebol.
Allá, en la cima, en trono diamantino,
en fúlgido sitial,
peinaba sus cabellos de oro fino
doncella celestial,
Peinábalos con peine también de oro,
cantando una canción,
cuyo eco singular, triste y sonoro,
turbaba el corazón.
Surcó un barquero la corriente undosa;
oyó el dulce cantar:
y contemplando a la doncella hermosa,
fue en el escollo a dar.
Tragó el río la barca y el barquero:
y esa tirana ley
sufre siempre quien oye el lisonjero
cantar de Loreley.
Estoy triste, muy triste, sin que entienda
la razón ni el por qué:
fija tengo en la mente una leyenda
que en la infancia escuché.
Era frío el crepúsculo; rodaba
tranquilo el Rhin; el sol
las cúspides remotas alumbraba
con su último arrebol.
Allá, en la cima, en trono diamantino,
en fúlgido sitial,
peinaba sus cabellos de oro fino
doncella celestial,
Peinábalos con peine también de oro,
cantando una canción,
cuyo eco singular, triste y sonoro,
turbaba el corazón.
Surcó un barquero la corriente undosa;
oyó el dulce cantar:
y contemplando a la doncella hermosa,
fue en el escollo a dar.
Tragó el río la barca y el barquero:
y esa tirana ley
sufre siempre quien oye el lisonjero
cantar de Loreley.