Poema: Noche en el camarote de Heinrich Heine

Noche en el camarote

El cielo azul tiene estrellas
de hermosísimo fulgor,
el hondo mar perlas bellas;
yo, un tesoro mejor que ellas,
en mi corazón: su amor.

Mayor es que cielo y mar
mi corazón proceloso;
astros y perlas al par
son bellos, a no dudar;
pero es mi amor más hermoso.

Niña, aunque es muy pobre don,
acepta mi corazón.
Corazón, y mar, y cielo,
funden en igual anhelo,
su amorosa adoración.

Si en la celestial esfera
do brillan los astros de oro,
posar los labios pudiera!
¡Cuán dulce y plácido lloro
por mis mejillas corriera!

¡Estrellas! sois sus pupilas,
que a través del negro tul,
en desordenadas filas
me saludáis intranquilas
desde el firmamento azul.

Y hacia el azul firmamento
levanto calenturiento
los brazos con hondo afán,
y a vosotras siempre van
espíritu y pensamiento.

¡En mi sien, astros de amor,
derramad vuestro fulgor,
y roto el lazo del alma,
en ese mundo mejor
dadme vida, luz y calma!

Así en lóbrego y pequeño
camarote sueño a solas,
mecido en el frágil leño
por el vaivén de las olas,
por la ilusión de mi ensueño.

Y por la abierta escotilla
miro ansioso y soñador
cómo allá, en el cielo, brilla
la luz pura y sin mancilla
de tus ojos, dulce amor.

Y tus pupilas hermosas,
diciéndome tiernas cosas,
a través del negro tul,
me sonríen cariñosas
desde el firmamento azul.

Hacia esa altura divina
sin temor y sin enojos
mi espíritu se avecina,
hasta que blanca neblina
pasa y me roba tus ojos.

Y en la tabla do indolente
recliné feliz la frente,
se estrella la mar obscura;
y así misteriosamente,
a mis oídos murmura:

«Remontas mucho tu afán;
cortos tus brazos serán
para alcanzar tu tesoro:
clavados al cielo están
los astros con clavos de oro.

»¡Inútil es el fervor
de tu anhelo engañador!
Amigo, si quieres creerme,
cierra los ojos y duerme:
¡Eso será lo mejor!»

Dormí, soñé; la nieve se extendía
sobre una inmensa y árida llanura,
y bajo aquella alfombra blanca y fría
estaba yo en estrecha sepultura.
Brillaban las estrellas rutilantes
vertiendo en mi sepulcro su fulgor;
mirábanme tranquilas y triunfantes,
con la plácida luz de inmenso amor.