Poema: Mis ojos todo eran sombra de Heinrich Heine

- 64 -

Mis ojos todo eran sombra;
mi boca, pesado plomo:
la sien fría, el pecho inmóvil,
yacía en sepulcro lóbrego.
Cuánto tiempo allí dormía
es un misterio que ignoro;
desperté porque en la tumba
me llamaban, no sé cómo.
-«¿No te levantas, Enrique?
Ya despunta venturoso
el día eterno, y los muertos
se alzan del sepulcro todos.
-Mi bien; no puedo moverme:
aún están ciegos mis ojos;
tanto su desdén lloraron,
que los cegaron los lloros.
-Verás cómo el velo, Enrique,
a fuerza de besos rompo;
y aparecerá a tu vista
todo el celestial emporio.
-Mi bien, moverme no puedo:
el corazón tengo roto;
aún mana sangre la herida
que le hicieron tus antojos.
-Sobre el corazón, Enrique,
la piadosa mano pongo,
y ya no duele la herida
ni mana sangre tampoco.
-Mi bien, moverme no puedo.
las sienes tengo hechas trozos;
yo mismo las destrozaba
al saber que tú eras de otro.
-Venda, Enrique, de tus sienes
haré con mis rizos propios,
restañando de tu sangre
los derramados tesoros».
Resistir más ya no pude
el halagüeño coloquio;
por levantarme y seguirla
hice un esfuerzo espantos.
Abriéronse las heridas;
y saltó la sangre a chorros;
al verme anegado en ella,
grité y desperté de pronto.