Ensueños - 7 - de Heinrich Heine

- 7 -

Cobrada tienes la paga,
¿por qué tardar, seor Demonio?
Sentado en mi triste cuarto,
aguardo inquieto y ansioso:
a sonar va media noche;
falta la novia tan sólo.

Ráfagas del Camposanto,
leves y callados soplos,
¿habéis visto a mi adorada?
Tal digo, y surgen de pronto
descoloridos fantasmas,
que envolviéndome en su corro,
-«La hemos visto, la hemos visto»-
exclaman a un tiempo todos.
Tú, el de la roja librea,
¿qué embajada traes, buen mozo?
-«Anuncia Su Señoría
que vendrá dentro de poco:
por los aires va su coche;
dos dragones son su tronco».
Tú, peliblanco vejete,
¿qué quieres? ¿Con qué propósitos
vienes, mi difunto dómine,
tan lúgubre y melancólico?
¿Por qué mudo me contemplas
y levantando los hombros,
te vas? Y tú, ¿por qué chillas,
velludo y horrible mono?
¿Por qué así, negro gatazo,
chisporrotean tus ojos?
¿Por qué, brujas desgreñadas,
alborotáis de ese modo?
¿Por qué de nuevo repites
con canturreo monótono
¡oh locuaz ama de leche!
tus cuentos burdos y tontos?
Vete a casa, ama de leche;
los romances y coloquios
no son, vieja charlatana,
de las circunstancias propios:
hoy mis bodas solemnizo;
y engalanados y orondos
vienen ya los convidados
a honrar el fausto consorcio.
¡Salud, caballeros! ¡Eso
es cortesía y buen tono!
La cabeza por sombrero
lleváis en la mano todos.
¡Chusma de piernas colgantes!
¡Racimos de horca gloriosos!
¿Por qué, si el viento ha cesado,
venís tan tardos y zompos?
También, montada en la escoba,
has venido, vejestorio;
tu hijo soy yo, Marizápalo,
y tu bendición imploro.
Abriendo las secas fauces
en el carcomido rostro,
gruñe la pícara bruja:
-«Per secula seculorum!»
Dando tumbos vienen luego
doce músicos indómitos,
incansables rascatripas,
regocijo de los sordos;
vestido de colorines,
va el payaso, haciendo el bobo;
y el sepulturero inquieto
corre de un lugar a otro.
Van detrás doce beatas
bailando con doce acólitos;
lleva el compás Celestina,
y entonan a voz en coro,
con música de salmodia
cantares escandalosos.
Calla tú, ropavejero,
¡no te desgarres los bronquios!
Guarda ese ropón de pieles;
pues, aquí, en el Purgatorio,
fuego tenernos de balde,
en cuyo ardiente rescoldo
huesos de rey y mendigo
calientan del mismo modo.
Gibosas y patizambas
son las floristas: ¡qué monstruos!
Y vienen cabeza abajo,
dando vueltas en redondo.
¡Pasad, caras de mochuelo!
¡Basta de zambra y holgorio!
¡Descanso dad a los huesos,
que crujen secos; y rotos!
El infierno está de huelga;
sueltos andan los demonios;
la música de los réprobos
toca el rigodón diabólico.
¡Calla, tropa alborotada,
que ya viene el bien que adoro!
¡Lárgate, canalla! Apenas
mis propias palabras oigo.
¿No escucháis el traqueteo
de un coche que pasa próximo?
¿En dónde estás, cocinera?
Corre y abre el portal pronto.
¡Bienvenida, hermosa mía!
¿Cómo estás, dulce tesoro?
También vino el celebrante:
sentaos, señor canónigo,
el de la pata de cabra,
el de las barbas de choto;
vuestra mano humilde beso
y a vuestras plantas me postro.
¿Por qué tan pálida y muda,
mi amor? Está el desposorio
dispuesto; caro me cuesta,
pago bien los vidrios rotos;
pero, porque seas mía,
-ya lo ves- me avengo a todo.
Arrodíllate a mi lado.
¡Oh momento venturoso!
En mi seno palpitante
busca tu cabeza apoyo;
y en mis brazos convulsivos
te estrecho anhelante y loco.
juntos nuestros corazones.
palpitan, ebrios de gozo,
y suben al quinto cielo
nuestros audaces propósitos.
Bogan en mar de venturas
nuestras almas, y hasta el trono
llegan de Dios, cuando súbito,
cual nubarrón espantoso,
su negra mano el Infierno
extiende sobre nosotros.
El hijo triste y sombrío
de la Noche, el matrimonio
bendice; en libro de fuego
el formulario estrambótico
deletrea; sus plegarias
son blasfemias, y a sus votos
los condenados responden
con infernal alborozo.
Silban, graznan, gritan, rugen
con tal fuerza y de tal modo
que atrás dejan huracanes
borrascas y terremotos.
Tenue vislumbre azulada
rasga el horizonte lóbrego,
y Marizápalos gruñe:
«Per secula secolurum».