- 2 -
Tuve un sueño -¡extraño sueño!-
aterrador y halagüeño,
pavoroso y dulce al par;
en desecharlo me empeño,
y aún me está haciendo temblar.
Era un jardín: más primores
en ninguno jamás vi;
sin afanes ni temores,
contemplaba yo las flores;
mirábanme ellas a mí.
Las aves, en dulce coro,
cantaban himnos de amor;
rojo sol, de rayos de oro,
daba con triunfal decoro
un matiz a cada flor.
Prestábale su ambrosía
al aire el fresco vergel;
todo brillaba y sonreía;
todo en él resplandecía,
todo enamoraba en él.
En taza de mármol bella
brotaba allí un manantial;
hermosísima doncella
lavaba afanosa en ella
un blanco y luengo cendal.
Llena su mirada amante
de luz estaba y candor;
trenzas de oro su semblante
coronaban, semejante
al de un ángel del Señor.
La contemplaba y crecía
la grata ilusión en mí;
con interior alegría
reconocerla quería,
aun cuando nunca la vi.
Cantaba con voz doliente,
con acento angelical:
«Lava, lava, clara fuente,
lava, límpida corriente,
lava este blanco cendal.»
Acerquéme. conmovido,
y con ansioso interés,
le dije, casi al oído:
-«Ese lienzo, ángel querido,
¿me dirás para quién es?»
-«Prepara el ánimo fuerte:
lo que estoy lavando yo,
es tu sudario de muerte.»
Y cuando habló de esta suerte,
al punto despareció.
Por arte de hechicería
halléme en selva sombría
de arboleda secular;
asombrado, no sabia
ni qué hacer, ni qué pensar.
Escuché lejanos ecos,
como golpes de hacha secos;
rompiendo breñas corrí,
y de la selva en los huecos
un claro espacioso vi.
Encina altiva y pomposa
alzábase en medio de él;
y allí mi virgen hermosa
aquella encina frondosa
hería con hacha cruel.
La hería con vivo empeño,
cantando extraño cantar:
-«Hacha de brillo risueño,
hiere, hiere el duro leño;
él las tablas me ha de dar.»
Acerquéme sorprendido,
y con secreta emoción
le dije casi al oído:
«Las tablas, ángel querido,
¿me dirás para quién son?»
-«Aproximase la hora:
tu propio féretro ves».
Tal, con voz aterradora,
contestó la encantadora;
y desapareció después.
Llanura desierta y fría,
sin límites se extendía:
al verme en aquel lugar,
asombrado, no sabía
ni qué hacer, ni qué pensar.
Caminando a la ventura,
Una imagen distinguí
de inmaculada blancura;
la doncella hermosa y pura
estaba también allí.
Afanosa hería el suelo
con un pico brillador;
la miré con vivo anhelo,
y me dio grato consuelo
y a la vez vago estupor.
Heria el suelo afanosa,
cantando extraño cantar:
-«Cava, buen pico, una fosa;
cava una fosa espaciosa,
cava, cava sin cesar.»
Acerquéme estremecido,
y con creciente interés
le dije, casi al oído.
-«Esa fosa, ángel querido,
¿me dirás para quién es?»
Contestóme breve y presto:
-«Está ya todo dispuesto:
esta fosa es para ti».
Y a mis pies, al decir esto,
abierta la fosa vi.
Miré al fondo, y vi la fría
obscuridad con pavor;
me asustaba y me atraía,
y cuando en ella caía,
desperté lleno de horror.
Tuve un sueño -¡extraño sueño!-
aterrador y halagüeño,
pavoroso y dulce al par;
en desecharlo me empeño,
y aún me está haciendo temblar.
Era un jardín: más primores
en ninguno jamás vi;
sin afanes ni temores,
contemplaba yo las flores;
mirábanme ellas a mí.
Las aves, en dulce coro,
cantaban himnos de amor;
rojo sol, de rayos de oro,
daba con triunfal decoro
un matiz a cada flor.
Prestábale su ambrosía
al aire el fresco vergel;
todo brillaba y sonreía;
todo en él resplandecía,
todo enamoraba en él.
En taza de mármol bella
brotaba allí un manantial;
hermosísima doncella
lavaba afanosa en ella
un blanco y luengo cendal.
Llena su mirada amante
de luz estaba y candor;
trenzas de oro su semblante
coronaban, semejante
al de un ángel del Señor.
La contemplaba y crecía
la grata ilusión en mí;
con interior alegría
reconocerla quería,
aun cuando nunca la vi.
Cantaba con voz doliente,
con acento angelical:
«Lava, lava, clara fuente,
lava, límpida corriente,
lava este blanco cendal.»
Acerquéme. conmovido,
y con ansioso interés,
le dije, casi al oído:
-«Ese lienzo, ángel querido,
¿me dirás para quién es?»
-«Prepara el ánimo fuerte:
lo que estoy lavando yo,
es tu sudario de muerte.»
Y cuando habló de esta suerte,
al punto despareció.
Por arte de hechicería
halléme en selva sombría
de arboleda secular;
asombrado, no sabia
ni qué hacer, ni qué pensar.
Escuché lejanos ecos,
como golpes de hacha secos;
rompiendo breñas corrí,
y de la selva en los huecos
un claro espacioso vi.
Encina altiva y pomposa
alzábase en medio de él;
y allí mi virgen hermosa
aquella encina frondosa
hería con hacha cruel.
La hería con vivo empeño,
cantando extraño cantar:
-«Hacha de brillo risueño,
hiere, hiere el duro leño;
él las tablas me ha de dar.»
Acerquéme sorprendido,
y con secreta emoción
le dije casi al oído:
«Las tablas, ángel querido,
¿me dirás para quién son?»
-«Aproximase la hora:
tu propio féretro ves».
Tal, con voz aterradora,
contestó la encantadora;
y desapareció después.
Llanura desierta y fría,
sin límites se extendía:
al verme en aquel lugar,
asombrado, no sabía
ni qué hacer, ni qué pensar.
Caminando a la ventura,
Una imagen distinguí
de inmaculada blancura;
la doncella hermosa y pura
estaba también allí.
Afanosa hería el suelo
con un pico brillador;
la miré con vivo anhelo,
y me dio grato consuelo
y a la vez vago estupor.
Heria el suelo afanosa,
cantando extraño cantar:
-«Cava, buen pico, una fosa;
cava una fosa espaciosa,
cava, cava sin cesar.»
Acerquéme estremecido,
y con creciente interés
le dije, casi al oído.
-«Esa fosa, ángel querido,
¿me dirás para quién es?»
Contestóme breve y presto:
-«Está ya todo dispuesto:
esta fosa es para ti».
Y a mis pies, al decir esto,
abierta la fosa vi.
Miré al fondo, y vi la fría
obscuridad con pavor;
me asustaba y me atraía,
y cuando en ella caía,
desperté lleno de horror.