Poema: Doña Clara de Heinrich Heine

Doña Clara

En el jardín, al declinar la tarde,
pasea la hija del alcaide a solas:
música suena, fuera del alcázar,
de atabales y trompas.

-«¡Cuál me fatigan las insulsas danzas!
¡Cómo me aburre la trivial lisonja,
y ese tropel de insípidos donceles
que al sol me parangonan!

»¡Cómo me aburre y me fatiga todo
desde que, al rayo de la luna, absorta,
al galán vi, cuyo laúd el alma
me conmueve y trastorna.

» Gallardo, altivo, pálido el semblante,
y ardiendo en él pupilas luminosas,
juzgué, cuando le vi, ver a San Jorge
bajando de la gloria».

Así, clavando en tierra la mirada,
piensa la bella; cuando en sí retorna,
el gallardo galán desconocido
a sus plantas se postra.

A la luz de la luna, de las manos
cogidos van en plática amorosa;
el céfiro los besa y acaricia;
les saludan las rosas.

Las rosas les saludan, cual si fueran
mensajeros de amor, y se arrebolan.
-«¿Por qué, mi bien, tu seductor semblante
vivo carmín colora?

-» Picáronme mosquitos, dulce dueño,
y en verano me irritan y trastornan,
cual si fuesen de hebreos narigudos
abominable tropa.

-»Déjate de mosquitos y de hebreos,
dice el galán que tierno la enamora:
en blanquísimos copos los almendros
sus pétalos deshojan.

» En blanquísimos copos los almendros
te dan, mi bien, su delicioso aroma:
dime, tu corazón ¿es todo mío?
¿Es mía tu alma toda?

-»¡Toda, sí! Te lo juro, dulce dueño,
por el Dios Redentor que mi alma adora,
por aquél a quien pérfidos judíos
dieron muerte afrentosa.

-» Deja al Dios Redentor y a los judíos,
dice el galán que tierno la enamora:
mira los lirios, que en fulgor bañados,
columpian sus corolas.

» Mira los lirios, que en fulgor bañados,
contemplan las estrellas brilladoras.
Di, mi bien, en tus tiernos juramentos,
¿de falsedad no hay sombra?,

-» No hay en mí falsedad, oh dulce dueño,
como en mi sangre, que mi estirpe abona,
de sangre de judíos ni de moros
no hay siguiera una gota».

-«Déjate de judíos y de moros».
dice el galán que tierno la enamora
y a un bosquecillo de frondosos mirtos
en brazos la transporta.

En las redes de amor ya está prendida:
largos los besos, las palabras cortas,
con fuerza igual en ambos corazones
la pasión se desborda.

El ruiseñor amante, en la enramada
ya los nupciales cánticos entona;
las luciérnagas saltan y en el césped
fingen danzas de antorchas.

Escúchase, no más, en el silencio,
como apagadas y furtivas notas
el susurro discreto de los mirtos
y el beso de las rosas.

Suena de pronto en el vecino alcázar
música de atabales y de trompas;
despierta la doncella, y de los brazos
huye que la aprisionan.

-«Las músicas me llaman, dulce dueño;
pero no marches, sin que el labio rompa
del nombre tuyo el pertinaz secreto,
que a tu amante ya enoja».

Apacible sonríe el caballero;
besa después la mano de la hermosa;
besa después su nacarada frente;
besa después su boca.

Y dice -«Yo, tu amante, noble dama,
el hijo soy de quien las gentes honran;
del docto y venerable gran rabino,
Jacob de Zaragoza».