Poema: Almanzor de Heinrich Heine

Almanzor


- I -

Hay mil trescientas columnas
en la catedral de Córdoba;
hay mil trescientas columnas
que la cúpula soportan.
Muros, columnas y cúpula
versos del Korán decoran,
grabados entre arabescos
de guirnaldas caprichosas.
Reyes moros levantaron
ese templo, de Alá en honra;
las mudanzas de los tiempos
a otros usos lo acomodan.
En la torre en que vibraba
la voz del muecín sonora,
hoy tañen tristes y lúgubres
las campanas melancólicas.
En las gradas do se oyeron
las palabras de Mahoma,
hacen tonsurados prestes
sus extrañas ceremonias.
Ante imágenes pintadas
se arrodillan y se postran;
humo de tristes candelas
mancha las bruñidas bóvedas.
Está Almanzor-ben-Abdala
en la catedral de Córdoba,
y las columnas contempla,
y de este modo razona:
-«Para el gran Alá os labraron,
columnas firmes y sólidas,
y al culto odiado de Cristo
dais vuestro homenaje ahora.
»Si así aceptáis la mudanza
que os humilla y os deshonra,
¿qué ha de hacer el hombre débil,
columnas firmes y sólidas?»
Y con semblante sereno
la gallarda frente dobla
en las pilas bautismales
de la catedral de Córdoba.


- II -

De la catedral ya sale,
y al punto que sale, monta
en un selvático potro,
que rozagante galopa.
Camino va de Alcolea,
y sueltas al viento flotan
sus guedejas aún mojadas
y las plumas de su gorra.
Camino va de Alcolea,
do al Guadalquivir coronan
almendros de flor nevada,
naranjos de dulce aroma.
El venturoso jinete
canta y ríe, triunfa y goza;
trinos de aves le acompañan
y murmurios de las ondas.
En Alcolea reside
doña Clara de Mendoza;
mientras su padre guerrea,
vive alegre y sin zozobras.
Almanzor oye lejanos
sonar timbales y trompas;
ve al través de la arboleda
resplandecer las antorchas.
¡Oh castillo de Alcolea!
¡Gran baile esta noche logras!
Bailan doce caballeros
con otras tantas hermosas.
Apuestos son los galanes,
son las damas seductoras;
Almanzor, el más gallardo
entre todos y entre todas.
Feliz va de dama en dama
con la sonrisa en la boca;
para todas cuantas mira
tiene a punto una lisonja.
A Isabel la mano besa;
la deja luego por otra;
se sienta a los pies de Elvira
y en sus pupilas se arroba.
Si hoy merece sus bondades
le pregunta a Leonora,
y le muestra la cruz de oro
que su capotillo adorna.
A fe de cristiano viejo
les jura que las adora,
y el juramento repite
treinta veces en tres horas.


- III -

El castillo de Alcolea
envuelven silencio y sombra;
ya no hay damas ni galanes,
ya no hay músicas ni antorchas.
Almanzor y doña Clara
están callados y a solas;
el último candelabro
su último fulgor arroja.
Ella, en el sitial sentada;
él, a sus plantas, apoya
en sus trémulas rodillas
la cabeza soñadora.
En sus obscuras guedejas
un frasco de agua de rosas
ella solícita vierte;
él, dormitando, solloza.
En sus obscuras guedejas
los labios amantes posa
ella, y un ósculo imprime;
nublada la sien él dobla.
En sus obscuras guedejas
ella, las que tierna llora
dulces lágrimas, derrama;
él, se estremece de cólera.
Sueña: está, la sien rendida,
en la catedral de Córdoba,
y sus guedejas gotean,
y oye voces que le asombran.
Las colosales columnas
su carga ya no soportan;
se agitan y bambolean,
se tuercen y se desploman.
Los clérigos palidecen,
se hunde con fragor la bóveda,
y los sonantes escombros
las imágenes destrozan.