Miguel de Unamuno
Tus ojos son los de tu madre, claros,
antes de concebirte, sin el fuego
de la ciencia del mal, en el sosiego
del virgíneo candor; ojos no avaros
de su luz dulce, dos mellizos faros
que nos regalan su mirar cual riego
de paz, y á los que el alma entrego
sin recelar tropiezo. Son ya raros
ojos en que malicia no escudriña
secreto alguno en la secreta vena,
claros y abiertos como la campiña
sin sierpe, abierta al sol, clara y serena;
guárdalos bien, son tu tesoro, niña,
esos ojos de virgen Magdalena.
Tus ojos son los de tu madre, claros,
antes de concebirte, sin el fuego
de la ciencia del mal, en el sosiego
del virgíneo candor; ojos no avaros
de su luz dulce, dos mellizos faros
que nos regalan su mirar cual riego
de paz, y á los que el alma entrego
sin recelar tropiezo. Son ya raros
ojos en que malicia no escudriña
secreto alguno en la secreta vena,
claros y abiertos como la campiña
sin sierpe, abierta al sol, clara y serena;
guárdalos bien, son tu tesoro, niña,
esos ojos de virgen Magdalena.