Poema: Tannhauser de Heinrich Heine

Leyenda

I
Las redes evitad, buenos cristianos,
que Satanás os tienda;
os contaré la historia de Tannhauser,
para que estéis alerta.

Sintió Tannhauser, noble caballero,
de amor y de placer ansias frenéticas;
fue a la montaña de la hermosa Venus;
siete años vivió en ella.

-«Señora Venus, mi gentil Señora,
pásalo bien, idolatrada reina,
voy a marchar de aquí; dejarte quiero,
y te pido licencia».

-«Tannhauser, noble caballero mío,
aún tus besos mis labios hoy esperan.
Bésame cariñoso,
y explícame las faltas que en mí encuentras.

»¿No te escanció jovial todos los días
el mejor vino, como dulce néctar?
Todos los días, a tu noble frente,
¿no ciño rosas frescas?»

-«Señora Venus, mi gentil Señora,
tósigo son, que suave me envenena,
tus dulces besos y tu dulce vino.
Hoy amarguras ansia mi alma enferma.

»Jugamos y reímos demasiado;
lágrimas sólo mi dolor anhela,
en vez de frescas rosas, ceñir quiero
de espinas mi cabeza».

-«Tannhauser, noble caballero mío,
¿por qué así te querellas?
No dejarme jamás, mil y mil veces,
me ha jurado tu lengua.

»A mi cámara ven, y gozaremos
las emociones del amor secretas;
allí tu sangre encenderá mi cuerpo
blanco cual azucena».

-«Señora Venus, mi gentil Señora,
florecerá por siempre tu belleza;
ardieron por ti muchos,
y arderán otros muchos en tu hoguera.

»Al pensar en los dioses y en los héroes
a quienes fue tu amor fácil ofrenda,
casi me causa repulsión tu cuerpo,
blanco cual azucena.

»Tu cuerpo, sí, cual azucena blanco,
me espanta aún más, si en multitud inmensa
imagino tus nuevos gozadores
de la edad venidera».

-«Tannhauser, noble caballero mío,
no hables de esa manera;
prefiero que iracundo me golpees,
como tú me golpeas.

»Prefiero que iracundo me golpees
a que me insultes, y mejor quisiera
que para mí, cristiano adusto y frío,
tu corazón cerrase la soberbia.

»Porque mucho te amé, recibo y oigo
semejantes ofensas.
Pásalo bien; ya tienes mi permiso.
Ve; yo te abro la puerta».

II
¡A Roma! ¡A Roma! En la ciudad bendita
suenan campanas, cánticos y rezos.
La procesión avanza,
y el augusto Pontífice va en medio.

Es el justo y piadoso Papa Urbano.
Tres coronas le sirven de ornamento;
de púrpura es su manto;
llevan su cola nobles caballeros.

-«Escucha, Padre Santo, Papa Urbano,
tranquilo no te dejo,
hasta que oyendo en confesión mis culpas,
me salves del infierno».

Cesan los cantos místicos; se aparta
formando corro el pueblo.
¿Quién es el peregrino? Ante el Pontífice
él se arrodilla, trémulo.

-«Escucha, Padre Santo, Papa Urbano,
puedes atar y desatar. Benévolo
sálvame de las llamas infernales,
sálvame del Protervo.

»Soy el noble Tannhauser; sentí un día
de amor y de placer el voraz fuego;
la montaña de Venus busqué ansioso,
y siete años viví bajo su imperio.

»¡Venus es una hermosa encantadora
que hechiza el alma y encadena el cuerpo;
es más dulce que aroma de las flores
y luz del sol, su acento.

»Como, sobre la flor, la mariposa,
revolotea, y en su cáliz tierno
liba la miel, volaba el alma mía
sobre sus labios, cual las rosas frescos.

»Ciñen su noble frente
crenchas rizadas de cabellos negros;
cuando nos miran sus rasgados ojos
el hálito perdernos.

»Cuando nos miran sus rasgados ojos,
cautivos somos, en sus redes presos.
Para escapar de la fatal montaña
hice un supremo esfuerzo.

»Pude escapar de la fatal montaña;
pero me van buscando y persiguiendo
los ojos de la hermosa,
y por señas me dice: -'Ven de nuevo'.

»De día soy cual mísero cadáver;
cobro de noche vida y sentimiento;
sueño en mi hermosa, y viene, y feliz ríe
sentándose en mi lecho.

»Ríe feliz, regocijada, loca,
y me muestra, al reír, al descubierto
sus blancos dientes y suspiro y lloro
cuando en sus risas pienso.

»Amóla con amor irresistible,
que reprimir no puedo;
es tremenda cascada, que destroza
los diques a ella opuestos.

»De roca en roca salta con blanquísimos
borbotones de espuma y bronco estruendo;
se quiebran sus raudales,
mas sigue audaz su curso turbulento.

»El cielo a mi hechicera le daría,
si fuera mío el cielo,
el sol, la luna y las estrellas todas
que hay en el firmamento.

»Amóla con amor irresistible,
en cuya viva hoguera estoy ardiendo...
¿Son éstas ya las infernales llamas?
¿Los tizones eternos?

»Escucha, Padre Santo, Papa Urbano;
puedes atar y desatar; benévolo
sálvame de las llamas infernales;
líbrame del Protervo».

Alzó la mano majestuosa el Papa,
y le habló en estos términos:
-«Tannhauser infeliz; es imposible
romper tu encantamiento.

»Es el peor de los demonios todos
el que apellidas Venus;
para arrancate a sus hermosas garras,
facultades no tengo.

»Debe pagar por siempre el alma tuya
los goces de la carne pasajeros.
Estás ya condenado al perdurable.
suplicio del infierno».

III
Corrió Tannhauser el mundo
llagados los pies tenía.
Al monte de Venus vuelve;
media noche es cuando arriba
Despierta la hermosa Venus;
salta del lecho tranquila;
le tiende los blancos brazos;
le estrecha cariñosísima.
De su nariz brota sangre,
y lloro de sus pupilas;
con la sangre y con el lloro
el rostro al galán le pinta.
El, sin desplegar los labios,
en el lecho se reclina;
ella al fogón se dirige,
y buena sopa le guisa,
La sopa y el pan le ofrece;
los pies le cura y le limpia;
le peina bien el cabello;
le alegra con sus sonrisas.
-«Tannhauser, mi caballero,
larga fue tu correría.
Las tierras que has visitado
quiero que tú me las digas».
-«Para el país de los celtas
fue mi primera visita;
asuntos en Roma tengo,
y allá fui con ansias vivas.
»Roma, junto al río Tíber,
se encumbra en siete colinas;
hablé con el Padre Santo,
y me dio para ti albricias.
»De regreso, vi a Florencia
y a Milán, ciudad magnífica;
y entré por los vericuetos
de la selvática Suiza.
»Trepé animoso, a los Alpes;
desde allí, ¡qué hermosa vista!
Volaba graznando el águila;
un lago azul sonreía.
»Cuando llegué al San Gotardo,
la Germania hallé dormida,
de sus treinta y seis monarcas
bajo la guardia solícita.
»Vi la escuela de los vates
en Suavia: ¡menuda y mísera
ralea! con chichoneras
resguardan las cabecitas.
»En Dresde vi el mejor perro
que he visto en toda mi vida;
perdió los dientes; no muerde;
pero ladra todavía.
»En Weimar, grato a las Musas,
tristes lamentos se oían:
'-¡Ha muerto Goethe!' clamaban;
'¡Y Eckermann aún vive y triunfa!'
»Oí en Berlín fuertes gritos,
y pregunté: -'¿Por qué gritan?'
-'Gans, desde el siglo pasado
lección igual nos explica'.
» Florecen todas las ciencias,
mas no dan fruto, en Gotinga,
al llegar en noche obscura,
no vi una luz encendida.
»Vi el correccional de Celle;
sólo Hannover lo utiliza;
un correccional nos falta
que a toda Alemania sirva.
»La honrada ciudad de Hamburgo
es de bandidos guarida;
y cuando llegué a la Bolsa
aún en Celle me creía.
»Estuve en Altona luego;
tiene hermosa perspectiva.
Lo que me pasó en Altona,
te lo contaré otro día».