II
¡Cuáles piernas! Dos columnas de capricho, bien labradas,
que de púas amarillas resplandecen espinosas,
en un pórfido que finge la vergüenza de las rosas,
por estar desnudo a trechos ante lúbricas miradas.
Albos pies, que con eximias apariencias azuladas
tienen corte fino y puro. ¡Merecieran dignas cosas!
¡En la Hélade soberbia las envidias de las diosas,
o a los templos de Afrodita engreír mesas y gradas!
¡Qué primores! Me seducen; y al encéfalo prendidos,
me los llevo en una imagen, con la luz que los proyecta
y el designio de guardarlos de accidentes y de olvidos.
Y con métrica hipertrofia, no al azar del gusto electa,
marco y fijo en un apunte la impresión de mis sentidos,
a presencia de la torre mujeril que los afecta.
¡Cuáles piernas! Dos columnas de capricho, bien labradas,
que de púas amarillas resplandecen espinosas,
en un pórfido que finge la vergüenza de las rosas,
por estar desnudo a trechos ante lúbricas miradas.
Albos pies, que con eximias apariencias azuladas
tienen corte fino y puro. ¡Merecieran dignas cosas!
¡En la Hélade soberbia las envidias de las diosas,
o a los templos de Afrodita engreír mesas y gradas!
¡Qué primores! Me seducen; y al encéfalo prendidos,
me los llevo en una imagen, con la luz que los proyecta
y el designio de guardarlos de accidentes y de olvidos.
Y con métrica hipertrofia, no al azar del gusto electa,
marco y fijo en un apunte la impresión de mis sentidos,
a presencia de la torre mujeril que los afecta.