Poema - 68 - de Heinrich Heine

- 68 -

Soñé que era el señor Dios,
y que estaba allá en el cielo;
circundábanme los ángeles
cantando a coro mis versos.
Hartábame a todas horas
de merengues y buñuelos;
bebía Jerez y Málaga,
y a nadie adeudaba un céntimo.
Era feliz: ¡me aburría!
a la tierra hubiera vuelto;
y a no ser Dios en persona,
a los demonios me entrego.
«Gabriel, ángel zanquilargo,
ponte las botas corriendo;
busca a mi amigo Perico;
tráemelo sin perder tiempo.

»No lo busques en las aulas,
ni en la iglesia mucho menos;
en casa de Juana búscalo,
en la taberna o el juego».
Abre sus alas de gallo
el ángel, y emprende el vuelo;
dentro de pocos minutos
vuelve con mi amigo Pedro.
«Dios soy, amigo Perico;
factótum del Universo.
¿No te dije muchas veces
que era mozo de provecho?
»Cada día hago un milagro:
y ahora, para tu recreo,
voy a convertir en Jauja
a Berlín por un momento.
»Se abrirán los adoquines,
y al abrirse todos ellos,
una, ostra, fresca y sabrosa,
aparecerá allí dentro.
»Lloverá sidra y cerveza;
e irá manando y fluyendo
el mejor vino del Rhin
por todos los sumideros.
»¡Cuál corren los berlineses!
¡Cómo doblan el pescuezo
y en el arroyo se abrevan
los áulicos consejeros!
»¡Cuánto deleita a los vates
el celestial refrigerio!
Alféreces y tenientes
chupan y lamen los suelos.
»Alféreces y tenientes
piensan, cual gente de seso,
que no se repiten todos
los jueves estos portentos».