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Inocentes niños éramos,
inocentes niños ambos;
solíamos en la paja
del gallinero ocultarnos.
Al gallo y a las gallinas
tanto y tan bien remedábamos,
que oír la gente pensaba
a las gallinas y al gallo.
Con unos tapices rotos
y unos cajones del patio,
para vivir los dos juntos,
fingíamos un palacio.
Una gata vieja y flaca
venia de vez en cuando:
¡cuántos saludos le hicimos,
reverencias y agasajos!
¡Cuántas afables preguntas
sobre su salud y estado!
¡Ay! ¡con cuántas gatas viejas
habremos hecho otro tanto!
Como personas formales
hablábamos algún rato,
echando siempre de menos
el feliz tiempo de antaño.
«Amor, buena fe, constancia,
se van, como por ensalmo;
está el café por las nubes;
¿y el dinero?... ¡no hay un cuarto!»
Pasaron aquellos juegos,
y también -¡ay Dios- pasaron
amor, buena fe, constancia
ilusión, vida y encanto.
Inocentes niños éramos,
inocentes niños ambos;
solíamos en la paja
del gallinero ocultarnos.
Al gallo y a las gallinas
tanto y tan bien remedábamos,
que oír la gente pensaba
a las gallinas y al gallo.
Con unos tapices rotos
y unos cajones del patio,
para vivir los dos juntos,
fingíamos un palacio.
Una gata vieja y flaca
venia de vez en cuando:
¡cuántos saludos le hicimos,
reverencias y agasajos!
¡Cuántas afables preguntas
sobre su salud y estado!
¡Ay! ¡con cuántas gatas viejas
habremos hecho otro tanto!
Como personas formales
hablábamos algún rato,
echando siempre de menos
el feliz tiempo de antaño.
«Amor, buena fe, constancia,
se van, como por ensalmo;
está el café por las nubes;
¿y el dinero?... ¡no hay un cuarto!»
Pasaron aquellos juegos,
y también -¡ay Dios- pasaron
amor, buena fe, constancia
ilusión, vida y encanto.