Impresiones de la noche de José Zorrilla

Hay pensamientos que en la mente viven
En un rincón de la memoria echados,
Cual los insectos que su ser reciben
De los arbustos a que están pegados.

Duermen al parecer; mas como aquéllos
Al soplo de una brisa se levantan,
Crecen, vuelan, y al fin toman, cual ellos,
Formas medrosas que la vista espantan.

Hijas del miedo, y de la fe contrarias,
Vagas visiones de la noche umbría,
Bullir las vemos en la niebla fría,
Nada en la esencia, y en la forma varias.

Quimeras que hallan siempre en la memoria
Silenciosa mansión, gracias postizas,
Y que reciben faz, cuerpo e. historia,
En los cuentos y error de las nodrizas.

Van con la noche, de la noche hermanas,
Y con murmullos infinitos suenan,
En las alas del viento van livianas,
Y el alma, el viento y el espacio llenan.

¡Paso, de cieno fábulas impuras,
Paso dejad al noble pensamiento
Que anhela respirar auras más puras
En el cóncavo azul del firmamento!

¿Piensas, turba de sueños impostora,
Hacerlo por el miedo tu vasallo,
Como al son de la fusta cimbradora,
Jinete admite el volador caballo?

Yo os recibí al nacer como ilusiones:
Si el corazón cobarde os dio aposento,
Hoy necesita, imbéciles visiones,
Todo mi corazón mi grande aliento.

Con la noche venís, y osáis con ella
Turbar al corazón que en paz reposa;
Mas de la noche en el poder se estrella
Vuestro poder y ciencia mentirosa.

¡Paso! Mis ojos, en su azul tendidos,
La paz que les robáis otra vez hallan,
Y en los misterios de la fe perdidos,
Vuestros misterios de impureza callan.

Para lanzar vuestra influencia impía,
A la influencia celestial acudo,
Y de la noche silenciosa, umbría,
La solitaria inmensidad saludo.



I
¡Salve tienda magnífica colgada
De polo a polo sobre el aire manso,
Del caduco universo destinada
A proteger el funeral descanso!
¡Salve a quien mora en la escondida altura,
Detrás de esa estrellada colgadura!
¡Salve a quien vela el agitado sueño
De esos gusanos, que a sus pies tendidos,
Manchan con sus alientos corrompidos
La orla imperial del manto de su dueño!



II
Sí, que a mis ojos se resiste en vano
De la insondable eternidad el velo,
Y yo veo, Señor, tu inmensa mano
Tras el azul del transparente cielo.
Infinita, Señor, tu omnipotencia,
Infinito el abismo de tu ciencia,
Infinito tu ser, y Tú infinito,
NO HAY MÁS QUE TÚ; y tu soplo poderoso,
Que anima el mundo, presta generoso
Vida a la alma virtud, vida al delito.



III
Que Tú, amasando el polvo de la nada,
Con tu suprema voluntad un día
Diste al hombre esta espléndida morada,
Igual para el que fue y el que sería.
«¿Quieres vivir? Tu aliento es el espacio.
¿Quieres tener? El orbe es tu palacio.
¿Quieres mandar? Al señalarlo nombre,
Puedes gozarlo e invadirlo todo.
Yo, que a mi gloria te saqué del lodo,
Fe y libertad te doy», dijiste al hombre.



IV
Y el hombre fue; y el hombre, envanecido,
Olvidando al Señor que le formara,
No partió por igual lo recibido,
Se armó insolente y le volvió la cara.
Oídos dando al corazón villano,
El hermano lidió con el hermano,
El hijo con el padre, en torpe guerra,
El alma en las entrañas se buscaron,
Y uno de otro en la sangre se bañaron
Por un pie más de la heredada tierra.



V
De tu obra entonces, gran Señor, corrido,
Ingrata viendo a tu mejor hechura,
Sobre el mundo tendistes ofendido
La espesa sombra de la noche obscura.
Volviéndote a tu carro rutilante,
Empuñaste las bridas de diamante;
Tus caballos de fuego se lanzaron
Por el espacio, y caminando a obscuras,
Al choque de sus recias herraduras
Miles de estrellas en su azul brotaron.



VI
Al ceño de tu cólera divina
Los mundos con pavor se estremecieron,
Confundióse su esencia peregrina,
Y las miserias y la muerte fueron.
Brotó la tempestad. Sorbió el nublado
Las ondas de la mar, y desbocado,
En hombros cabalgando de las nieblas,
Su pedrisco doquier vertió sin tino,
Y borrando los lindes del camino,
Tierra y mar embozó con las tinieblas.



VII
¿Quién osará, Señor, en la memoria
La idea renovar de tu honda ira?
El mundo sabe la tremenda historia,
Y aun, al mentarla, de terror suspira.
La obra de tu poder atropellando,
Seguías Tú la creación cruzando
Sin término, ni objeto, ni vereda,
Y tus ojos, Señor, relampagueaban,
Y las nubes errantes reventaban,
De tu carro inmortal bajo la rueda.



VIII
Todo cayó a tus pies; todo en pedazos
volver se aprestó a su antigua nada;
Pero su polvo tropezó en tus brazos,
Y a ser tornó la fábrica empezada.
Te volviste a mirar sobre tus huellas,
Y al ver que de tus ojos las centellas
Lo iban todo a incendiar, compadecido,
La noche hicistes, que tendió en el cielo
Su pabellón azul de terciopelo,
Que en medio del cenit quedó prendido.



IX
Tras él está velando tu pupila;
Mansa tras él la creación pasea,
Y el universo de terror vacila
A su gran resplandor sí pestañea.
Las nubes con su luz se tornasolan,
El Oriente y Ocaso se arrebolan
Con sus puros y espléndidos colores,
Y a su dulce calor se alza indecisa
La perfumada y soñolienta brisa
Que susurra en las hierbas y en las flores.



X
¡Salve otra vez, magnífica cortina,
Que ante los ojos de tu Dios colgada,
La lumbre de sus ojos te ilumina
Sobre el desierto del dolor plegada!
Yo sé en mi corazón, noche sombría,
Que es tu manto de rica argentería
Prenda de que nacimos sus vasallos,
Que al salpicarte Dios con tus estrellas,
Nuestro orgullo alumbró con las centellas
Que brotan de los pies de sus caballos.