I
Lanzó al mundo en mitad de las tinieblas
El soplo del Señor, y empezó el mundo
A rodar en un piélago de nieblas,
Cercado del silencio más profundo.
Miró la creación el que la hizo,
Mas no le satisfizo;
Y rasgando sus negras colgaduras,
Sacudió con su planta el firmamento;
Brotó una chispa, se inflamó en el viento,
Y el sol se derramó por las alturas.
II
«Tú girarás, le dijo, eternamente;
Cuatro estaciones marcarás iguales,
Y será tu fanal resplandeciente
Tu sombra de mis ojos inmortales.»
Giró el sol, y a su vista, alborozado
El mundo iluminado,
En himno universal rompió sonoro,
Y cuanto tuvo un soplo de existencia
Exhaló sonoroso en su presencia
Música dulce en acordado coro.
III
Mecióse el mar con colosal murmullo,
El viento resonó por las montañas,
Murmuró el bosque soñoliento arrullo,
E hirió el arroyo sus sonantes cañas.
Ensayaron sus cánticos las aves;
Armoniosos y graves,
Los acentos del hombre resonaron;
Y con notas más roncas y severas,
Su voz alzaron sin compas las fieras,
Y los ecos salvajes la imitaron.
IV
Fuente de luz y manantial de vida,
El sol fecunda nuestra madre tierra,
Y en arroyos al llano convertida,
Vierte la nieve que apiló en la sierra.
Brotan a su calor hierbas y flores;
Sus manchas y colores
Da a cuanto dora con su lumbre pura,
Y mil insectos que las auras hienden,
A separar solícitos atienden
Del semen virgen la semilla impura.
V
Mas o vacilan mis cansados ojos,
o yo he visto en Oriente y en Ocaso
Lagos de sangre, cuyos pliegues rojos
Al sol alfombran el gigante paso.
Y jamás comprendió mi entendimiento
El misterio sangriento
Que ese color del horizonte vela;
Y por más que lo pienso y lo medito,
Nada el arcano que conserva escrito
Ese renglón de sangre me revela.
VI
He visto al sol posarse en el Oriente
Al derramar su esplendorosa lumbre,
Y le he visto posar en Occidente
Al transponer la postrimera cumbre.
Magnífico a su vuelta y su partida,
Su marcha y su venida
Mudo y absorto cada vez contemplo;
Él recoge sus rayos o los suelta,
Y siempre a su venida y a su vuelta,
De Dios concibo al universo templo.
VII
Sí, siempre posa un punto en el Oriente
Y otro punto al doblar la última cumbre;
Mas siempre ciñe en su alba y su occidente
Banda sangrienta su radiante lumbre.
Entrambos los crepúsculos clarear,
Mientras al sol rodean
Ráfagas anchas de color sangriento;
Y al irse y al venir, su última tinta
Ese triste color siniestro pinta
En el confín del azulado viento.
VIII
¿Qué guarda ese rojizo cortinaje
En los remates de la luz prendido?
¿Un torbellino no hay que le desgaje
Si a alcance de los vientos va perdido?
Si es un vapor que se desprendo lento,
Espeso y turbulento
De la esencia del sol, en su camino,
¿No hay solícito un ángel cuyo brazo
Arranque de la luz ese pedazo
Que mancha al sol su resplandor divino?
IX
Si es de los aires ilusión dudosa,
Que la distancia en el azul suspende,
¿Por qué no pinta su ilusión de rosa,
Y no ese rojo pabellón que ofende?
¡Necio de mí, gusano de la tierra,
Que quiero lo que encierra
Saber el mundo en su invisible centro,
Y demando a su autor omnipotente,
Cuando nací a adorarle solamente,
Y para amarle por doquir le encuentro!
X
Al hundirse la luz detrás del monte,
Sorbida entre las nubes y las breñas,
Lumbre vomita el trémulo horizonte,
Que en sangre tiñe las enormes penas.
Faja de sangre, inmensa banderola
Que en su alcázar tremola
El que hizo el mundo de ceniza vana,
Cual rojo lienzo que pirata osado
Despliega ante el bajel atribulado
Que a todo trapo por huir se afana.
XI
Que era el sol un espejo transparente
Donde el Señor su creación veía,
Y desde él derramaba, omnipotente
Dulce vida de amor y de armonía.
Y hubo un instante en que, amoroso, quiso
Al hombre abrir su santo Paraíso
Tras aquella existencia de ventura:
Mas a Dios usurpando su derecho
De deshacer lo hecho,
Sangre vertió la necia criatura.
La tierra se manchó; Dios, indignado,
Quitóse del cristal, y su reflejo,
Con los ojos de Dios iluminado,
Pintó la mancha y sombreó el espejo.
Volvió asimismo Dios al sol mandando:
«Tú seguirás rodando;
Su raza alumbra y que lidiando crezca;
La tierra empape con su sangre impura:
Mas cuando quede con la sangre obscura,
No la reflejes más, y que perezca.»
XIII
Dijo Dios, y cerróse en su santuario,
Y al rudo golpe que sus puertas dieron,
La madre tierra, con impulso vario,
Monstruos sedientos de matar cubrieron.
XIV
Nin, Nembrot, Sesostris y Cambisos,
De sangre a Egipto con furor regaron;
Alejandro, Conón, Jerjes y Ulises,
En sangre a Grecia sin piedad bañaron.
Grecia tragó al Egipto, a Grecia Roma,
Y en Roma, que desploma
Sus legiones doquier, y ansiosa apila
Montones de coronas sin cabezas,
Metió a pisar su gloria y sus grandezas
Su negro palafrén el torvo Atila.
XV
¡Y eso es la gloria, y las hazañas eso!
Los héroes nacen, y la tierra tinta,
Por do queda su pie con sangre impreso,
La negra mancha en el espejo pinta.
Venid, guerreros, degollad sin tino,
Que el sol va su camino
La luz menguando, sin cesar siguiendo,
Y cada estatua a vuestra gloria alzada,
Es una sombra que la luz menguada
Del moribundo sol va carcomiendo.
Lanzó al mundo en mitad de las tinieblas
El soplo del Señor, y empezó el mundo
A rodar en un piélago de nieblas,
Cercado del silencio más profundo.
Miró la creación el que la hizo,
Mas no le satisfizo;
Y rasgando sus negras colgaduras,
Sacudió con su planta el firmamento;
Brotó una chispa, se inflamó en el viento,
Y el sol se derramó por las alturas.
II
«Tú girarás, le dijo, eternamente;
Cuatro estaciones marcarás iguales,
Y será tu fanal resplandeciente
Tu sombra de mis ojos inmortales.»
Giró el sol, y a su vista, alborozado
El mundo iluminado,
En himno universal rompió sonoro,
Y cuanto tuvo un soplo de existencia
Exhaló sonoroso en su presencia
Música dulce en acordado coro.
III
Mecióse el mar con colosal murmullo,
El viento resonó por las montañas,
Murmuró el bosque soñoliento arrullo,
E hirió el arroyo sus sonantes cañas.
Ensayaron sus cánticos las aves;
Armoniosos y graves,
Los acentos del hombre resonaron;
Y con notas más roncas y severas,
Su voz alzaron sin compas las fieras,
Y los ecos salvajes la imitaron.
IV
Fuente de luz y manantial de vida,
El sol fecunda nuestra madre tierra,
Y en arroyos al llano convertida,
Vierte la nieve que apiló en la sierra.
Brotan a su calor hierbas y flores;
Sus manchas y colores
Da a cuanto dora con su lumbre pura,
Y mil insectos que las auras hienden,
A separar solícitos atienden
Del semen virgen la semilla impura.
V
Mas o vacilan mis cansados ojos,
o yo he visto en Oriente y en Ocaso
Lagos de sangre, cuyos pliegues rojos
Al sol alfombran el gigante paso.
Y jamás comprendió mi entendimiento
El misterio sangriento
Que ese color del horizonte vela;
Y por más que lo pienso y lo medito,
Nada el arcano que conserva escrito
Ese renglón de sangre me revela.
VI
He visto al sol posarse en el Oriente
Al derramar su esplendorosa lumbre,
Y le he visto posar en Occidente
Al transponer la postrimera cumbre.
Magnífico a su vuelta y su partida,
Su marcha y su venida
Mudo y absorto cada vez contemplo;
Él recoge sus rayos o los suelta,
Y siempre a su venida y a su vuelta,
De Dios concibo al universo templo.
VII
Sí, siempre posa un punto en el Oriente
Y otro punto al doblar la última cumbre;
Mas siempre ciñe en su alba y su occidente
Banda sangrienta su radiante lumbre.
Entrambos los crepúsculos clarear,
Mientras al sol rodean
Ráfagas anchas de color sangriento;
Y al irse y al venir, su última tinta
Ese triste color siniestro pinta
En el confín del azulado viento.
VIII
¿Qué guarda ese rojizo cortinaje
En los remates de la luz prendido?
¿Un torbellino no hay que le desgaje
Si a alcance de los vientos va perdido?
Si es un vapor que se desprendo lento,
Espeso y turbulento
De la esencia del sol, en su camino,
¿No hay solícito un ángel cuyo brazo
Arranque de la luz ese pedazo
Que mancha al sol su resplandor divino?
IX
Si es de los aires ilusión dudosa,
Que la distancia en el azul suspende,
¿Por qué no pinta su ilusión de rosa,
Y no ese rojo pabellón que ofende?
¡Necio de mí, gusano de la tierra,
Que quiero lo que encierra
Saber el mundo en su invisible centro,
Y demando a su autor omnipotente,
Cuando nací a adorarle solamente,
Y para amarle por doquir le encuentro!
X
Al hundirse la luz detrás del monte,
Sorbida entre las nubes y las breñas,
Lumbre vomita el trémulo horizonte,
Que en sangre tiñe las enormes penas.
Faja de sangre, inmensa banderola
Que en su alcázar tremola
El que hizo el mundo de ceniza vana,
Cual rojo lienzo que pirata osado
Despliega ante el bajel atribulado
Que a todo trapo por huir se afana.
XI
Que era el sol un espejo transparente
Donde el Señor su creación veía,
Y desde él derramaba, omnipotente
Dulce vida de amor y de armonía.
Y hubo un instante en que, amoroso, quiso
Al hombre abrir su santo Paraíso
Tras aquella existencia de ventura:
Mas a Dios usurpando su derecho
De deshacer lo hecho,
Sangre vertió la necia criatura.
La tierra se manchó; Dios, indignado,
Quitóse del cristal, y su reflejo,
Con los ojos de Dios iluminado,
Pintó la mancha y sombreó el espejo.
Volvió asimismo Dios al sol mandando:
«Tú seguirás rodando;
Su raza alumbra y que lidiando crezca;
La tierra empape con su sangre impura:
Mas cuando quede con la sangre obscura,
No la reflejes más, y que perezca.»
XIII
Dijo Dios, y cerróse en su santuario,
Y al rudo golpe que sus puertas dieron,
La madre tierra, con impulso vario,
Monstruos sedientos de matar cubrieron.
XIV
Nin, Nembrot, Sesostris y Cambisos,
De sangre a Egipto con furor regaron;
Alejandro, Conón, Jerjes y Ulises,
En sangre a Grecia sin piedad bañaron.
Grecia tragó al Egipto, a Grecia Roma,
Y en Roma, que desploma
Sus legiones doquier, y ansiosa apila
Montones de coronas sin cabezas,
Metió a pisar su gloria y sus grandezas
Su negro palafrén el torvo Atila.
XV
¡Y eso es la gloria, y las hazañas eso!
Los héroes nacen, y la tierra tinta,
Por do queda su pie con sangre impreso,
La negra mancha en el espejo pinta.
Venid, guerreros, degollad sin tino,
Que el sol va su camino
La luz menguando, sin cesar siguiendo,
Y cada estatua a vuestra gloria alzada,
Es una sombra que la luz menguada
Del moribundo sol va carcomiendo.