Poema: Idilio en la Montaña de Heinrich Heine

Idilio en la montaña

- 1 -

Hay una choza en el monte;
viejo montañés la ocupa:
allí silban los abetos
y resplandece la luna.
Un sillón hay en la choza
tallado en la encina dura
¡Feliz quien en él se sienta!
Hoy gozo yo esa fortuna.
En el escaño a mis plantas,
descansa la niña rubia;
los brazos alabastrinos
sobre mis rodillas cruza.
Cual dos estrellas azules
brillan sus pupilas fúlgidas;
como el botón de la rosa
su boca, fresca y menuda.
Y las estrellas azules
clava en mí, cándida y pura,
y al labio el dedo de nieve
lleva con pueril astucia.
Pero la madre está hilando;
ni nos ve, ni nos escucha;
tañe el padre la vihuela
y vieja canción modula.
La doncella, en voz muy baja, charla, gozosa
y confusa, revelándome los graves secretos
que la atribulan.
-«Desde que murió la abuela
no vamos al pueblo nunca;
ni a las fiestas del mosquete,
que son las que más me gustan.
»Aquí estamos, siempre solos,
en estas cumbres adustas
donde entre nieves y escarchas
el invierno nos sepulta.
»Niña soy y tengo miedo
a la noche negra y muda,
y a los espíritus malos
que en sus tinieblas se ocultan».
Calla la niña: sus propias
revelaciones la asustan,
y extiende sobre sus ojos
las manecitas ebúrneas.
El torno rueda y rechina;
el viento en las ramas zumba;
pulsa el viejo la vihuela
y canta al són de la música:
«¡Oh niña, no tengas miedo
a duendes, trasgos ni brujas:
un angelito del cielo
de día y noche te escuda!»

- 2 -

El abeto a la vidriera
llama con trémulas manos;
la luna, mudo testigo,
la traspasa con sus rayos.
En la alcoba, padre y madre
durmiendo están y roncando;
en delicioso coloquio
los dos a solas velamos.
-«Creer que a menudo rezas
me cuesta mucho trabajo;
aunque tus labios se mueven,
no mueve el rezo tus labios.
»Ese mudo movimiento
me causa miedo y espanto;
mas después me tranquilizan
tus ojos dulces y claros.
»Pero aún dudo que tú creas,
como todo fiel cristiano,
en el Padre y en el Hijo
y en el Espíritu Santo».
-«Cuando, niño, a un reposaba
en el materno regazo,
creí también en Dios-Padre,
infinito, bueno y sabio;
»El que creó cielo y tierra,
y al noble linaje humano;
el que dio luz a los soles;
el que dio rumbo a los astros.
»Después crecí; fue mi mente
más perspicaz, vi más claro:
y entonces creí en el Hijo,
el hijo amante y amado;
»El que con amor inmenso
amó a los hombres, que ingratos
le dieron según costumbre,
por recompensa el Calvario.
»Crecí más, crecí del todo:
mucho he visto y he observado,
y hoy, con toda el alma, creo
en el Espíritu Santo.
»El es quien obró y aún obra
los más pasmosos milagros;
rompe todas las cadenas;
vence a todos los tiranos;
»Cura todas las heridas;
da a las leyes fin más alto;
y hace, de los hombres todos,
una familia de hermanos.
»El rasgó nieblas y brumas,
y ahuyentó duendes y trasgos,
que traidores nos persiguen,
al bien y al amor contrarios.
»Un millar de caballeros
armó ese Espíritu Santo,
y les dio tesón y bríos
para cumplir sus mandatos.
»Su estandarte al viento ondea,
su espada lanza relámpagos:
¡cuánto dieras, niña mía,
por verlos y contemplarlos!
»Contémplame, pues, y bésame,
porque yo soy, dueño amado,
uno de esos caballeros
que armó el Espíritu Santo».

- 3 -

La luna tras los abetos
se ha escondido, y melancólica
la lámpara en nuestro cuarto
el campo cede a las sombras.
Pero aún mis astros azules,
aún la purpurina rosa
resplandecen, y así dice
la niña que me enamora:
-«Diminutos duendecillos
nos cercan y nos acosan;
aunque cerrada esté el arca,
el pan, del arca, nos roban.
»De la azucarada leche
sorben la nata sabrosa,
y en el destapado cazo
la gata apura las sobras.
»Está embrujada la gata,
y de noche corre loca
al torreón demolido
de la montaña diabólica.
»Hubo allí soberbio alcázar
do, a la luz dé las antorchas,
con gallardos caballeros
bailaban damas hermosas.
»Maldíjolo una hechicera;
y hoy son sus hundidas bóvedas
montón de escombros, do el búho
se guarece y arrincona.
»Pero contaba la abuela
que si en cierto sitio y hora,
alguien pronuncia y repite
cierta palabra simbólica;
»Júntanse otra vez las piedras,
resplandecen las antorchas;
con sus gallardos galanes
bailan las damas hermosas;
»Y es todo para el que dijo
la palabra exacta y propia,
y pífanos. y atambores
su señorío pregonan».
Así, encantadas imágenes
sus dulces labios evocan,
mientras sus ojos azules
celestes fulgores copian.
Trenza en mis manos sus bucles;
mis dedos cuenta y los nombra;
juega y charla, canta y ríe;
calla al fin, grave y absorta.
Todo, en el mudo aposento,
dulcemente me impresiona;
miro cual viejos amigos
la mesa y las sillas toscas.
Me habla el reloj, la vihuela
vibra y suena por sí sola,
y entre sueños vagarosos
mi espíritu incierto flota.
Sin duda, niña querida,
éstos son el sitio y la hora,
y ésta, que en mis labios tiembla
la palabra exacta y propia.
Porque suena media noche
y todo late en las sombras,
y el viejo bosque despierta
y el negro abeto solloza.
Sones de citara salen
de las quiebras de las rocas,
cantos de gnomos y enanos
llenan las cavernas lóbregas.
Y cual florescencia extraña
de una primavera loca,
maravillosos jardines
por arte mágico brotan.
Flores de inflamadas tintas,
de embriagadores aromas,
resplandecen y fulguran
en las palpitantes frondas.
Entre ellas, cual llamaradas,
arden encendidas rosas;
y el cáliz yerguen los lirios
como cristalinas copas.
Estrellas grandes cual soles
los contemplan amorosas,
y un raudal de luces vierten
en sus abiertas corolas.
También a nosotros llega
el prodigio, y nos transforma:
todo en torno es seda y oro,
todo lámparas y antorchas.
Imperial princesa es ella;
regio alcázar esta choza,
do con sus bellos galanes,
danzan las damas hermosas;
Y para mí es la princesa,
y alcázar, y sus pompas;
y pífanos y atambores
mi señorío pregonan.