El capitán Montoya - VI - de José Zorrilla

VI : El novio

Todos los ojos clavados
en la puerta del salón,
toda la gente del baile
agolpada en derredor,
en impaciente y atenta
duda un instante quedó,
esperando la llegada
del venturoso amador.
Don Fadrique, Diana y todos
los parientes que juntó
en su fiesta el noble Duque,
de sus huéspedes en pos,
están al dintel parados,
que el danzar se interrumpió,
y ahogaron los instrumentos
su ya no escuchado son.
Todos inciertos callaban,
y allá en confuso rumor,
del novio por la escalera
se percibía la voz,
como si alguno a su paso,
demandándole atención,
recibiera una respuesta
de superior a inferior.
-¿Comprendiste? dijo al fin
en voz clara.-Sí, Señor,
repuso otra voz humilde;
y él a replicar volvió:
-La hora, las dos en punto;
la gente, nosotros dos.-
Y de sus anchas espuelas
áspero compás se oyó.
Cundió general murmullo
de gente por el montón,
la masa de mil cabezas
adelantándose hirvió,
moviéndose a un tiempo todas
para ver y oír mejor;
y a tal punto, por la sala
con paso resuelto entró
el buen capitán don César,
cual siempre fascinador.
Echó los brazos al cuello
de don Fadrique, tomó
la mano a Diana, y besóla
con acendrada pasión,
y por la estancia avanzando,
en tal guisa les habló:
-Señor Duque, hermosa Diana,
si tardé, mirad que estoy
pronto desde este momento
a demandaros perdón.
-Capitán, en vuestra casa
nadie exige sino vos.
Id, venid cuando os pluguiere,
sin pena y sin restricción,
que en todo lo que gustareis
nos daréis gusto y honor.
-Pues cuando os venga en agrado,
señor Duque, la ocasión
del notario aprovechemos,
con la ley cumplamos hoy;
y atendiendo a ambos mandatos
de justicia y religión,
hoy nos casarán las leyes,
mañana temprano, Dios.
¿Os place?
-¡Sí, por mi vida!
-¿Y a vos, Diana?
-¿Tengo yo
más voluntad que la vuestra,
mi esposo y libertador?
-Pues de ese modo, abreviemos,
que aunque por ello aflicción
siento en el alma, esta noche
aun mi ausencia no acabó.-
Volvióse a tales palabras
el Duque, y conversación
siguieron de esta manera
por lo bajo ambos a dos:
-Don César, ¿lleváis espada?
-Solamente a precaución.
-Sabéis, Capitán, que os debo.....
-Gracias, Duque; aunque de honor,
no es asunto de estocadas,
sino de tiempo.
-¡Por Dios,
que tomara por agravio
que en caso de exposición
reclamarais el auxilio
de otro que no fuera yo!
-Dormid sin cuidado, Duque,
que en todo evento hombre soy,
y os despertaré mañana.
Volved esta noche vos
al baile desde la mesa;
danzad, Duque, sin temor,
y no os acordéis de mí
hasta que despunte el sol.
Y así el Capitán diciendo,
la mano de Diana asió,
y a otro aposento pasaron
con toda la gente en pos.

Firmáronse alegremente
los contratos en unión,
volvióse a la danza luego
y a la mesa se volvió.
El Duque estuvo gozoso,
el Capitán decidor,
y Diana hermosa y radiante
y hechicera como el sol.
Y aunque no faltó un misántropo
que admirado se mostró
y auguró mal de esta boda,
cenando como un león,
desde la cena, la danza
tercera vez empezó,
Más que nunca bullicioso
y pacífico el salón.
mas justo será añadir
como fiel historiador,
que mientras seguía el baile
y de los brindis el son,
el Capitán y Ginés
salían al dar las dos,
de la empinada Toledo
por las puertas del Cambrón.