El capitán Montoya - IV - de José Zorrilla

IV : El capitán don César

-¡Esa gente es un tesoro!
Él generoso y valiente,
ella hermosa; ¡y juntamente
la ofrecen pesada en oro!
¿Qué te parece, Ginés?
Cuatro millones la dan.
-¡Gran presa, mi Capitán!
¿La aceptaréis?
-¡Fácil es!
-¿Y la monja? -
-¡Eso te aflige!
¡Buenas son ambas, por Dios!
Y quien de dos toma dos,
como hombre avisado elige.
Dicen que parece mal
que hombre de mi condición
viva siempre solterón
derrochando su caudal.
Y a mí también me parece
que quien tanto tiene y vale,
pues de lo vulgar se sale,
más de lo vulgar merece.
La consecuencia te toca:
si una me dan y otra quito,
que con dos puedo acredito;
conque, Ginés, punto en boca. -
Esto dijo el Capitán,
y pidiendo de vestir,
anunció que iba a salir
a cierto asunto galán.
Colgóse al cinto la espada,
de plata en doble cadena,
tendió la negra melena
sobre la gola plegada.
Caló el chambergo de lado,
y retirando el espejo,
tornó su postrer consejo
a repetir al criado.
Doblóse este siervo fiel
en presencia del señor,
y ganando un corredor,
cruzóle delante de él.
Abrióle de par en par,
una tras otra, tres puertas,
que se quedaron abiertas
mucho después de pasar.
Venia le hicieron gran pieza
siervos que al paso topó,
y un paje tras él salió
descubierta la cabeza.
Y a fe que se colegía
mirando tal homenaje,
que era mucho personaje
quien con tal pompa vivía.
Mas ya es tiempo ¡vive Dios!
de que dé el lector discreto
con quién es este sujeto
que anda ha rato entre los dos.
Sepa, pues, que el capitán
don César Gil de Montoya
es de las armas la joya,
y de las hembras imán.
Nadie se atreve a afrontallo,
ni hay quien resista su lanza;
nadie su poder alcanza,
sea a pie, sea a caballo.
En liza donde él se mete
por empeño o por favor,
nunca falta justador
para el último jinete.
En fiesta o lance que él entra,
toda opulencia es escasa;
nadie en lo galán le pasa,
ni más bizarro se encuentra.
Favorece a quien pregunta,
obliga a quien aconseja,
enloquece a quien corteja,
y avasalla a quien se junta.
Audaz con quien enamora,
manda, cela, acosa, exige,
y al cabo del mes elige
nuevo amor, nueva señora.
Un filtro lleva en los ojos
que fanatiza a quien ama,
deleite su voz derrama,
y fuego sus labios rojos.
Mujer que cayó en su red,
su corazón dejó preso,
que sorbe con cada beso
un corazón cada vez.
No hay puerta que lo resista
ni reja que le desaire,
que entra su amor como el aire;
con sólo mirar conquista.
Como un sultán opulento,
como un Adonis hermoso,
sin par en lo generoso,
sin igual en ardimiento,
sol que mata las estrellas,
la fama arrebata toda;
y es siempre el galán de moda
entre las damas más bellas.
Resuena desde Toledo
su nombre por toda España;
los nobles le tienen saña,
los bravos le tienen miedo.
Los golillas lo desdoran,
los clérigos le aborrecen,
los soldados le apetecen,
y los villanos lo adoran.
Mas a él lo importa un ardite
de tan varia voluntad,
y toma por la ciudad,
donde le encuentra, desquite.
Que no hallando ningún Cid
ni topando una Lucrecia,
cuantas conquista, desprecia,
mata cuantos vence en lid.
Tiene un palacio por casa,
da fiestas por afrentar,
que no hay quien sepa igualar
sus profusiones sin tasa.
Sin amigos y sin deudos,
vive sólo para sí,
y le mantienen así
sus herencias y sus feudos.
Tan rico y gran bebedor,
no hay medida a sus deseos,
y pasa entra devaneos
una existencia de amor.
Y para ahogar su indolencia
y ocultar que se fastidia,
juega sin afán ni envidia
pedazos de su opulencia.
Si gana, sin ver recoge;
si pierde, paga sin ver;
y ni en ganar ni en perder
hay medio de que se enoje.
Y según derrama el oro
cuando pierde o cuando presta,
parece que tiene puesta
cada mano en un tesoro.
Hay quien de impío le trata,
y juzga que es mal ejemplo
que un paje le lleve al templo
cojín con borlas de plata,
y que es audacia inaudita
hincarse al pie de la grada
y esperar a una tapada
para darla agua bendita.
Y aun corren de sus amores
susurros por la ciudad,
que a ser ciertos, en verdad
pueden tornarse clamores,
que anda entro ellos una llave
con que se abre un presbiterio.....
Mas el caso es un misterio
y la verdad no se sabe.
Él sigue ufano y galán,
y log rumores de que hablo,
si los sabe, los da al diablo
satisfecho el Capitán.
Tal es, amigo lector,
el don César de mi cuento:
si le crees malo, lo siento;
mas no fuá mucho mejor.