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Cuando dulces y tranquilas
me contemplan tus pupilas,
se disipa mi aflicción;
cuando, sin miedos ni agravios,
tus labios das a mis labios,
curado está el corazón.
Cuando la cabeza inclino
en tu seno alabastrino,
el cielo siento bajar;
cuando tu labio sincero
exclama: «¡Cuánto te quiero!»
rompo entonces a llorar.
Cuando dulces y tranquilas
me contemplan tus pupilas,
se disipa mi aflicción;
cuando, sin miedos ni agravios,
tus labios das a mis labios,
curado está el corazón.
Cuando la cabeza inclino
en tu seno alabastrino,
el cielo siento bajar;
cuando tu labio sincero
exclama: «¡Cuánto te quiero!»
rompo entonces a llorar.