Un sueño pavoroso tuve un día,
que me lleno de espanto y de alegría;
y ante mi vista, aún, hoscas de mecen
mil visiones que el pecho me estremecen.
Por un jardín fantástico y ameno,
vagaba yo con ánimo sereno;
las flores me miraban con ternura,
y rebosaba mi alma de ventura.
Entre las ramas, las parleras aves
modulaban de amor trovas süaves;
y el rojo sol, entre áureos esplendores,
sus matices de luz daba a las flores.
Las balsámicas hierbas de las lomas
vertían en los aires sus aromas;
todo brillaba y todo sonreía en torno,
brindándome las glorias de su adorno.
Bañaba aquella tierra peregrina
una fuente de mármol, cristalina;
y en ella vi una cándida hermosura
que lavaba una blanca vestidura.
Su rubia faz y púdica mirada
eran de santa virgen retratada;
y aunque por vez primera la veía,
creyó reconocerla el alma mía.
Canta la hermosa al exprimir la tela,
y dice así, su extraña cantinela:
"¡Corre!, y tu linfa toda mancha borre
de este blanco cendal, ¡corre, agua, corre!''
Y respondió: "¡Prepárate a tu suerte;
lavando estoy tu túnica de muerte!''
Y esto al decir, como vapor sombrío,
desvanecióse el cuadro en el vacío.
Por magia, al punto me encontré en un yerto
profundo bosque lóbrego y desierto;
los árboles se erguían y yo, en tanto,
absorto, meditaba ante el encanto.
Súbito, rasga el aire sordo eco,
cual de un hacha lejana el golpe seco;
corro, y salvando breñas y maraña,
a un claro llego, al fin, de la montaña.
En medio del verdor, enhiesto, inmoble,
su copa eleva gigantesco roble.
Y, ¡oh, sorpresa! Con hacha reluciente,
hiende el tronco la niña de la fuente.
Mientras golpe a golpe apura
blandiendo el hacha sin cesar, murmura:
"¡Acero relumbrante, acero noble!
¡Lábrame un arca de este duro roble!"
Rápido, entonces acerquéme a ella,
y así le dije: "Oh, mágica doncella,
di, ¿para quién, esa funesta caja
del árbol secular tu acero taja?"
"¡Corto es el tiempo -dijo-, y transitorio:
labrando estoy tu féretro mortuorio!"
¡Y esto al decir, como ligera espuma,
desvanecióse el cuadro entre la bruma!
Espesa lobreguez el bosque inunda,
¡y en torno es todo soledad profunda!. . .
Lo que por mí pasó. . ., decir no puedo;
sólo sé que de horror temblaba, y miedo.
Alcé la vista y divisé a lo lejos
de albo cendal los cándidos reflejos;
lánzome en pos de la ondulante huella,
llego, y. . ., qué miro; ¡oh cielos!. . ., ¡era ella!
Allí, armada de fúnebre piqueta,
la tierra ahondando está con mano inquieta;
¡yo, en tanto, a verla apenas me atrevía,
tan hosca y bella a un tiempo parecía!
Canta la hermosa, la piqueta alzando,
y así decía con acento blando:
"¡Piqueta de metal puro y sin mancha,
una fosa bien honda ábreme, y ancha!"
Trémulo, entonces acerquéme a ella,
y así le dije, en tímida querella:
"¡Oh, mágica beldad! ¡Oh, niña hermosa!
Di, para quién esa profunda fosa?"
"¡Silencio!", a responderme se apresura:
"¡Cavando estoy tu helada sepultura!"
Y apenas dijo así, lóbrega y fría,
se abrió la tumba ante la vista mía.
Quise en su fondo ver, mas al instante
sudor de hielo me cubrió el semblante,
y en la tiniebla sepulcral, sin vida
caí rodando. . ., ¡y desperté en seguida!
que me lleno de espanto y de alegría;
y ante mi vista, aún, hoscas de mecen
mil visiones que el pecho me estremecen.
Por un jardín fantástico y ameno,
vagaba yo con ánimo sereno;
las flores me miraban con ternura,
y rebosaba mi alma de ventura.
Entre las ramas, las parleras aves
modulaban de amor trovas süaves;
y el rojo sol, entre áureos esplendores,
sus matices de luz daba a las flores.
Las balsámicas hierbas de las lomas
vertían en los aires sus aromas;
todo brillaba y todo sonreía en torno,
brindándome las glorias de su adorno.
Bañaba aquella tierra peregrina
una fuente de mármol, cristalina;
y en ella vi una cándida hermosura
que lavaba una blanca vestidura.
Su rubia faz y púdica mirada
eran de santa virgen retratada;
y aunque por vez primera la veía,
creyó reconocerla el alma mía.
Canta la hermosa al exprimir la tela,
y dice así, su extraña cantinela:
"¡Corre!, y tu linfa toda mancha borre
de este blanco cendal, ¡corre, agua, corre!''
Y respondió: "¡Prepárate a tu suerte;
lavando estoy tu túnica de muerte!''
Y esto al decir, como vapor sombrío,
desvanecióse el cuadro en el vacío.
Por magia, al punto me encontré en un yerto
profundo bosque lóbrego y desierto;
los árboles se erguían y yo, en tanto,
absorto, meditaba ante el encanto.
Súbito, rasga el aire sordo eco,
cual de un hacha lejana el golpe seco;
corro, y salvando breñas y maraña,
a un claro llego, al fin, de la montaña.
En medio del verdor, enhiesto, inmoble,
su copa eleva gigantesco roble.
Y, ¡oh, sorpresa! Con hacha reluciente,
hiende el tronco la niña de la fuente.
Mientras golpe a golpe apura
blandiendo el hacha sin cesar, murmura:
"¡Acero relumbrante, acero noble!
¡Lábrame un arca de este duro roble!"
Rápido, entonces acerquéme a ella,
y así le dije: "Oh, mágica doncella,
di, ¿para quién, esa funesta caja
del árbol secular tu acero taja?"
"¡Corto es el tiempo -dijo-, y transitorio:
labrando estoy tu féretro mortuorio!"
¡Y esto al decir, como ligera espuma,
desvanecióse el cuadro entre la bruma!
Espesa lobreguez el bosque inunda,
¡y en torno es todo soledad profunda!. . .
Lo que por mí pasó. . ., decir no puedo;
sólo sé que de horror temblaba, y miedo.
Alcé la vista y divisé a lo lejos
de albo cendal los cándidos reflejos;
lánzome en pos de la ondulante huella,
llego, y. . ., qué miro; ¡oh cielos!. . ., ¡era ella!
Allí, armada de fúnebre piqueta,
la tierra ahondando está con mano inquieta;
¡yo, en tanto, a verla apenas me atrevía,
tan hosca y bella a un tiempo parecía!
Canta la hermosa, la piqueta alzando,
y así decía con acento blando:
"¡Piqueta de metal puro y sin mancha,
una fosa bien honda ábreme, y ancha!"
Trémulo, entonces acerquéme a ella,
y así le dije, en tímida querella:
"¡Oh, mágica beldad! ¡Oh, niña hermosa!
Di, para quién esa profunda fosa?"
"¡Silencio!", a responderme se apresura:
"¡Cavando estoy tu helada sepultura!"
Y apenas dijo así, lóbrega y fría,
se abrió la tumba ante la vista mía.
Quise en su fondo ver, mas al instante
sudor de hielo me cubrió el semblante,
y en la tiniebla sepulcral, sin vida
caí rodando. . ., ¡y desperté en seguida!