Graciosa pescadorcilla,
tu barca, de audaces remos,
atraca a esta mansa orilla,
y mano a mano hablaremos
sin temor y sin mancilla.
En mi pecho reclinar
bien puedes tú la cabeza:
¿no fías, sin vacilar,
en la bonanza o fiereza
del alborotado mar?
Mi corazón, dulce bien,
es un mar inmenso y hondo,
tiene su eterno vaivén,
sus escollos, y también
blancas perlas en el fondo.
tu barca, de audaces remos,
atraca a esta mansa orilla,
y mano a mano hablaremos
sin temor y sin mancilla.
En mi pecho reclinar
bien puedes tú la cabeza:
¿no fías, sin vacilar,
en la bonanza o fiereza
del alborotado mar?
Mi corazón, dulce bien,
es un mar inmenso y hondo,
tiene su eterno vaivén,
sus escollos, y también
blancas perlas en el fondo.