El mar brillaba con la luz extraña
que da el ocaso a las dormidas olas:
los dos, del pescador en la cabaña,
silenciosos estábamos y a solas.
Remontábase lenta nube obscura;
audaz tendía la gaviota el vuelo;
y una lágrima hermosa, tibia y pura,
bañó tus ojos y nubló su cielo.
Miré, ansioso, rodar por tu mejilla
y caer en tu mano aquella perla;
y doblé conmovido la rodilla,
y con ardiente labio fui a beberla.
Desde entonces la frente doblo triste,
y sufre el corazón rudo quebranto:
mira, desventurada, lo que hiciste;
envenenóme el corazón tu llanto.
que da el ocaso a las dormidas olas:
los dos, del pescador en la cabaña,
silenciosos estábamos y a solas.
Remontábase lenta nube obscura;
audaz tendía la gaviota el vuelo;
y una lágrima hermosa, tibia y pura,
bañó tus ojos y nubló su cielo.
Miré, ansioso, rodar por tu mejilla
y caer en tu mano aquella perla;
y doblé conmovido la rodilla,
y con ardiente labio fui a beberla.
Desde entonces la frente doblo triste,
y sufre el corazón rudo quebranto:
mira, desventurada, lo que hiciste;
envenenóme el corazón tu llanto.