El niño de la nieve de Manuel del Palacio

Poema El niño de nieve de Manuel del Palacio

Cuento árabe

A Federico Balart.

I

Ya del Bósforo en las aguas
se iba la estela borrando
que abrió la velera nave
a la voz de «¡Larga el trapo!»
y aún de pie sobre la popa,
entre afligido y huraño,
un hombre de luenga barba
y de semblante atezado,
fija la vista en un punto
del horizonte lejano,
a merced del aire hacía
flotar su pañuelo blanco.
Desde torrecilla esbelta
de pintoresco palacio,
una mujer muy hermosa,
otro pañuelo agitando,
contestaba diligente
a la señal o al mandato;
mas con distracción tan grande
y con tan poco entusiasmo,
que remontar no vio al buque
por la punta del Serrallo,
y halló, al volver la mirada,
desierto y mudo el espacio.
-¡Por fin!-tras hondo suspiro
exclamó-: ¡Qué adiós tan largo!
Y sentándose en el muro,
y cruzándose de brazos,
fijó en el sereno cielo
sus negros ojos rasgados.

Cinco o seis años hacía
que Yusuf, el africano,
aunque por la edad pudiese
pretender amor más casto,
era esposo de Ned-Yuma,
a quien conoció en Damasco,
y que de mísera esclava
logró llegar a tan alto,
ya que por él la rodean
la opulencia y el regalo,
pues no hay mercader más rico
que Yusuf en todo el barrio.
Como él opulento, es ella
hermosa, y aun sin agravio,
puestas belleza y fortuna
en comparación, acaso
Ned-Yuma inclinar podría
la balanza de su lado.
Pisaron sus pies apenas
las rosas de veinte mayos,
y el ángel de los amores
trazó de su pecho el arco.
Son sus mejillas jazmines,
granada abierta sus labios,
de antílope su garganta
y de gacela su paso.
Túnica de mil colores
ciñe su cuerpo gallardo,
que sujeta a la cintura
farja de ricos bordados,
y en los hombros y en el seno
luce, al par que sus encantos,
ligero schambar de gasa
y majzan de fino paño
con broche de plata y oro
y jalek que lanzan rayos.
No cubre su rostro el velo,
ni de la sarma debajo
tiene la oscura melena,
que acaricia el viento vago,
pero sí lleva, cual suelen
las mujeres de su rango,
ajorcas de filigrana
y cintillos con topacios.
Iba cayendo la tarde,
y absorta ante el espectáculo
que en su crepúsculo ofrecen
las almas, como los astros,
aún Ned-Yuma proseguía
mar y cielo contemplando.
Por fin movió la cabeza,
en pie se puso de un salto,
y «Sta-fer-al-lah» diciendo,
ni muy fuerte ni muy claro,
la escalera de la torre
comenzó a bajar despacio.


II

Sola se encuentra Ned-Yuma
en su camarín dorado
con el g'adyar recogido
y abierto el jaique de raso.
Tiene delante una carta
que dos veces leyó en alto
y arrojó después al suelo
doblándola con sarcasmo,
y cerrada todavía
otra conserva en la mano
que exhala dulce perfume,
como a madera de sándalo.
De Yusuf es la primera,
y dice en menudos rasgos:
«Tres semanas llevo ausente,
y aun que no muy de mi grado,
que estaré fuera te anuncio
mucho tiempo... no sé cuánto.
Mis intereses reclaman
afán que no les consagro;
tengo géneros pedidos
en mis bazares intactos,
y el oro en las alcancías
es como el agua en los charcos.
Así que recibas ésta
haz llamar, pues yo lo mando,
a Hasán, a quien ya conoces,
mi cajero y asociado,
el cual correrá con todo,
rentas, préstamos y cambios,
dándote parte a menudo
de los ingresos y gastos.
Fuera de él a nadie veas
ni en la ciudad ni en el campo,
pues a codicia no mueve
joya que está a buen recaudo.»
La otra carta, que Ned-Yuma
tardó en abrir poco rato,
estas líneas contenía
en puro lenguaje arábigo:
«Hurí de los negros ojos,
en cuya lumbre me abraso,
vivo por lo que deseo
y muero por lo que callo;
de su silencio la cárcel
romper intenta mi labio,
y ayuda vengo a pedirte
mas rendido que postrado.
A las nueve de esta noche,
de las sombras al amparo,
penetraré en tus jardines,
que conozco palmo a palmo:
una respuesta, un suspiro,
y si tal ventura alcanzo
a ti volará dichoso
Hasán, tu amigo y tu esclavo.»

Besó Ned-Yuma la carta,
que puso en secreto armario;
de la que arrojara al suelo
cortó la página en blanco;
dijo alegre:
-¡Estaba escrito!-
Y con movimiento rápido,
midiendo la corta altura
que hay del jardín a su cuarto,
casi postrada de hinojos
ante un meida de alabastro
trazó en el papel con lápiz
estas palabras: «Te aguardo.»


III

Para una mujer amante
que lejos del dueño amado
sólo en la esperanza vive
de volver a recobrarlo,
¡qué lentas pasan las horas
y cómo van engendrando
en el pensamiento dudas
y en el corazón presagios!
Ned-Yuma vio como un soplo
pasar los últimos años;
han sido tres...
-¡Imposible!
-dice Hasán-¡No fueron tantos!
¡Bien recuerdo aquella noche!...
-¡Pudieras no hacerlo, ingrato!
-Que era ayer me parecía...
-Y ayer fue, que esos milagros
los repite amor mil veces
y son nuevos, sin embargo.-
Así en la ardorosa siesta
de una tarde de verano,
entre uno y otro paseo
por la terraza de mármol,
Ned-Yuma y Hasán evocan
de su pasión el encanto
como si fundir quisieran
el presente y el pasado,
ya que al porvenir no pueden
avanzar sin sobresalto.
Interrumpió su coloquio
un marinero bizarro
que, tras algunas señales
de atención o de recato,
gritó:
-¡Señor! Abu-Saada
llegó anoche con su barco,
y noticias ha traído
de Yusuf, nuestro buen amo.
Dice que se halla en Esmirna,
y debe, según sus cálculos,
estar aquí el lunes...
-Lunes,
y ayer fue...
-Viernes; hoy sábado;
he venido a preveniros...
-Muy bien; para completarlo
lleva el aviso a la gente,
y todos, y el que lo trajo,
de nuestra gran alegría
participen... Que es mandato,
les dirás, de la señora
a cuyo servicio estamos:
puedes irte.
-¡Dios os guarde!
-¡Y ahora, Ned-Yuma, a mis brazos!
Forjó la enemiga suerte
contra nosotros el dardo;
que a un tiempo en los dos se clave
si cumple al destino aciago.
-¿Y nuestro hijo?
-Razón tienes;
debemos ponerlo en salvo...
Huye con él...
-Fuera inútil...
Medito otro plan más arduo...
Conducirle aquí.
-¿A su vista?
Pues ¿qué piensas?
-Engañarlo.
-Es celoso...
-Pero es crédulo...
-Es sagaz...
-Pero es anciano;
respecto a ti, en adelante
te veré como a un extraño;
ni una palabra, ni un signo;
sentir y amar...
-Siento y amo.
-Alí el secreto conoce...
-Morirá si es necesario...
-No; con alejarle basta.
-Dices bien; el mundo es ancho.
-Y ahora, y tal vez para siempre,
adiós.
-Ahora no...
-Pues ¿cuándo?
-Esta noche.
-¡Última noche!...
-¡Sí, amor mío; último lazo
que a la ventura nos une,
última gota del vaso,
último anhelo de un alma,
última luz de un relámpago!


IV

-¿Con que durante mi ausencia
todo en orden ha marchado?
-Todo en regla, esposo mío,
por más que...
-Di sin reparo
tu opinión...
-Pues que yo hubiera
preferido a mi descanso
ser sola para el manejo
de la casa...
-¿Pudo en algo
faltarte Hasán?
-Me enojaba
su presencia...
-Es diestro...
-Es vano.
-¿A tus órdenes rebelde
fue alguna vez?
-No le ataco
por su conducta; me irritan
sus pretensiones de sabio.
-Es inteligente...
-Es necio...
Pero, en fin, ya me has librado
de su vista, y con la tuya
a nueva vida renazco.
Mucho tengo que pedirte...
-Mucho para darte traigo;
mas primero una pregunta
que se me ocurrió hace rato.
Al cruzar yo por la puerta
jugaba un niño en el patio.
¿De quién es?
-Pues no es de nadie,
siendo de todos...
-Reclamo
la explicación del enigma.
-Es más que enigma; es arcano,
de que Dios, piadoso siempre,
nos hizo depositarios.
-Al-lah-Acbar: ya te escucho.
-Me entrego a su gracia, y narro:
Hora del mog'red sería
dos schetta ya pasados,
cuando en tu jardín hermoso,
rendida por el cansancio,
junto al Cupido de bronce
me dormí en un duro banco.
Ignoro si fue mi sueño
sueño no más o letargo;
sé que desperté con frío,
Y figúrate mi pasmo
al ver la tierra cubierta
de nieve con un sudario.
Era ya noche cerrada,
y entre los pliegues del manto
envolviéndome, ligera
seguí de la senda el rastro.
Mas no sola; desprendida
del pedestal, y a mi lado
de Cupido la figura
marchaba por arte mágico.
-¿Qué quieres de mí?-le dije-.
-Cariño busco y amparo;
eres mujer, serás madre,
acógeme en tu regazo.
-Yo insensible te creía...
-Lo fuí durante dos años;
pero esta noche una gota
filtrada de arriba abajo
en mi interior, vida y alma
me otorgó de ser humano.
Ya como tú siento y lloro,
como tú estoy tiritando,
abrigo y pan necesito,
fe y amor ofrezco en cambio.
Yo pensé, Yusuf, entonces
en nuestro hogar solitario,
y en tu casa le di albergue;
hoy en ella eres el árbitro;
arrójale si te enfada,
yo tu decisión acato.

Cruzó una nube sombría
de Yusuf el rostro pálido,
mas reponiéndose pronto
dijo entre amoroso y cauto:
-¿No tiene nombre?
-Ninguno:
la que le tomó a su cargo
le llama el niño de nieve,
sabiendo su origen raro.
-Que su nombre en adelante
sea Ahmed, el deseado,
y que de nada carezca,
¿lo entiendes bien?
-Y lo aplaudo.
-Si Dios concedernos quiso
por tal medio tal hallazgo,
su voluntad acatemos
y sus designios cumplamos.


V

Siguió el tiempo su carrera,
nueve o diez lunas pasaron,
y de Yusuf en la quinta
reinaba la paz de antaño.
Hermosa siempre Ned-Yuma,
el niño vuelto muchacho,
Hasán sin ver a la mora
y caduco el millonario.
A los tres una mañana
llamó Yusuf a su cuarto,
y con su risa más dulce,
y con su acento más blando,
como si rezara un sura
del Korán, dijo pausado:
-Debemos cambiar de vida,
y con ese objeto os llamo;
mi fortuna es ya muy grande,
mi edad se acerca al ocaso,
y aburrido de negocios
estoy resuelto a dejarlos.
Me retiro del comercio,
mas quedan algunos saldos
que liquidar; a mis socios
con cartas no satisfago,
y así dentro de dos días
de nuevo a la mar me lanzo,
aunque opino que de huésped
me ha de tener corto plazo.
Conociendo lo que él vale
y lo poco que yo valgo,
Hasán se vendrá conmigo,
y como viaje de ensayo
Ahmed también, que ya es hora
de que comprenda lo malo
y lo bueno de estos mundos
por donde peregrinamos.
Arregle Hasán sus papeles,
que no ha de ser gran trabajo,
Y tú, esposa, arregla al niño
y no le aflijas con llantos.
Los cuatro, tras el discurso,
silenciosos se miraron
saliéndose de la estancia
mudos y tristes los cuatro.

Otra vez en su azotea,
rojos de llorar los párpados,
al aire deja Ned-Yuma
flotar su pañuelo blanco.
Aún no remontó la nave,
aún pueden sus ojos ávidos
distinguir sobre la popa,
correspondiendo a su halago,
tres bultos que hacia la tierra
parece que están mirando.
Los tres saludan unidos...
Luego dos... Avanza el barco,
y ya próximo a ocultarse
por la punta del Serrallo
de los tres bultos saluda
uno tan sólo ¡el más bajo!


VI
Un mes después de esta escena
de Yusuf llegó un despacho;
estaba en Siria, iba a Egipto
con Ahmed, pero de tránsito.
Un disgusto le afligía:
el pobre Hasán, encargado
de recorrer los lugares
desde el mar Negro al mar Caspio,
a la salida de Odessa
fue víctima de un naufragio,
teniendo su sepultura
en el buque hecho pedazos.
Ned-Yuma pudo a sus anchas
compadecerlo y llorarlo;
nadie al raudal de su pena
se atrevió a poner obstáculos.
Solitaria recorría
los jardines del palacio,
testigos en otro tiempo
de sus placeres livianos,
y el pedestal de Cupido
alguna vez contemplando,
echó de menos la estatua
que en amoroso arrebato
logró convertir en nieve
haciendo del bronce escarnio.
Del cómplice a la presencia
ya no sentirá desmayos,
ya le pertenece entero
aquel hijo que ama tanto;
ya la esperanza ilumina
su corazón angustiado.

Una noche, en su maksura
recogida muy temprano,
mientras charlan en la calle
marmitones y lacayos,
oyó decir de repente
«Essalamcum» y en el acto
mucha confusión de gritos,
mucho estrépito de pasos,
y por fin dos o tres golpes
en el postigo inmediato
y la voz:
-Abre, si quieres,
soy Yusuf.
A tal, ensalmo
abrió Ned-Yuma, diciendo
con cierto desdén amargo:
-A todas las horas puede
entrar en su casa el amo.
Sentóse Yusuf muy cerca
de Ned-Yuma en un escaño,
y entre mujer y marido
esta plática entablaron:
-¿Llegastes, hoy?
-Llego ahora.
-¿Bien?
-Mal.
-Pues ¿qué te ha pasado?
-Lo que les pasa a los viejos:
por un placer, diez quebrantos.
-¿Y vienes solo?-Ned-Yuma
dijo estas frases temblando-.
-Solo.
-¿Qué hicistes del niño?
-Dichas que forja el acaso,
una nube las engendra
y las desvanece un rayo.
-Mas ¿cómo fue?...
-Todavía
de explicármelo no acabo.
A visitar las Pirámides,
hallándonos en el Cairo,
salimos una mañana
él y yo, contentos ambos.
Era de fuego el ambiente,
resistiólo Ahmed un rato,
luego vi que sonreía,
su rostro se volvió cárdeno
y, abrazándose a mi pecho,
se deshizo entre mis brazos.
-¡Mentira!
-Si era de nieve,
¿por qué te extraña el milagro?
¡Madre, ya no tienes hijo!
¡Lo que me debes te pago!
¡Vuelva la estatua de bronce
a su pedestal de barro!
Sus negros ojos Ned-Yuma
fijó en Yusuf con espanto;
clavóse hasta brotar sangre
en la garganta las manos,
y rugiendo como el tigre
que se retuerce en el lazo,
a la manera que cae
desde la altura el peñasco,
desplomada y sin sentido
cayó sobre el duro mármol.


EPÍLOGO

De Yusuf a Ishac, el Taleb,
en Chendy: bazar de esclavos.

«Al recibir estas letras,
con las que salud os mando,
dad al portador el niño
que dejé a vuestro cuidado.
Si por azar lo vendisteis,
proceded a rescatarlo,
y girad contra mi casa
cualquiera que fuere el gasto.
Expósito le creía
obedeciendo a un engaño,
mas hoy supe que es su padre
un viejo rico y avaro,
y como se encuentra solo,
quiero hacerle este regalo.
El le enseñará a ser hombre
y a cumplir el deber santo
de amparar al inocente,
no transigir con lo falso,
agradecer los favores
y castigar los agravios.
De esta carta que os escribo
Alí será el emisario;
si advertís que lleva luto
no lo extrañéis: he enviudado.»

Poema de Manuel del Palacio