Soneto: XXXIX LA ORACIÓN DEL ATEO

Miguel de Unamuno


Oye mi ruego tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoje estas mis quejas,
tú que á los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes

á nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuanto tú de mi mente más te alejas
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi ama endulzóme noches tristes.

Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres si no Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se espande

para abarcarte. Sufro yo á tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras.