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El cantar del arrepentimiento
Galopa Ulrico en la selva;
susurra plácido el viento;
ve el hidalgo entre las ramas
bella imagen en acecho.
«Te conozco, bella imagen,
dice, y lo dice gimiendo;
eres mi perseguidora
en la ciudad y en el yermo.
»Cual dos rosas son tus labios,
tan amorosos y frescos;
mas las palabras que lanzan
llenas están de veneno.
»Por eso yo los comparo,
al rosal hermoso y pérfido,
que entre sus hojas obscuras
oculta el áspid horrendo.
»Esos son de tus mejillas
los seductores hoyuelos,
la fosa a la cual me arrastran
mis insensatos deseos.
»Esos son los blondos rizos
que se enroscan a tu cuello,
red del Enemigo malo,
que me aprisionó con ellos.
»Esos tus ojos azules
como el estanque sereno,
que del cielo juzgué puertas,
y son puertas del infierno».
Galopa Ulrico en la selva;
zumba pavoroso el viento;
otra imagen ve el hidalgo,
tan pálida que da miedo.
«¡Madre mía! grita al punto;
¡Madre de mi amor primero!
¡Cuánto amargué yo tu vida
con mis dichos y mis hechos!
»¡Secar quisiera tus lágrimas
con la llama de mis duelos!
¡Quisiera animar tu rostro
con la sangre de mi pecho!»
Galopa y galopa Ulrico;
se obscurecen tierra y cielo;
sopla el viento del ocaso;
suenan extraños acentos.
Sus palabras repetidas
oye el lloroso mancebo:
pájaros son de la selva
que están cantando y diciendo:
«Hermoso cantar tú cantas,
el del arrepentimiento;
cuando lo hayas terminado,
vuelve a cantarlo de nuevo».
El cantar del arrepentimiento
Galopa Ulrico en la selva;
susurra plácido el viento;
ve el hidalgo entre las ramas
bella imagen en acecho.
«Te conozco, bella imagen,
dice, y lo dice gimiendo;
eres mi perseguidora
en la ciudad y en el yermo.
»Cual dos rosas son tus labios,
tan amorosos y frescos;
mas las palabras que lanzan
llenas están de veneno.
»Por eso yo los comparo,
al rosal hermoso y pérfido,
que entre sus hojas obscuras
oculta el áspid horrendo.
»Esos son de tus mejillas
los seductores hoyuelos,
la fosa a la cual me arrastran
mis insensatos deseos.
»Esos son los blondos rizos
que se enroscan a tu cuello,
red del Enemigo malo,
que me aprisionó con ellos.
»Esos tus ojos azules
como el estanque sereno,
que del cielo juzgué puertas,
y son puertas del infierno».
Galopa Ulrico en la selva;
zumba pavoroso el viento;
otra imagen ve el hidalgo,
tan pálida que da miedo.
«¡Madre mía! grita al punto;
¡Madre de mi amor primero!
¡Cuánto amargué yo tu vida
con mis dichos y mis hechos!
»¡Secar quisiera tus lágrimas
con la llama de mis duelos!
¡Quisiera animar tu rostro
con la sangre de mi pecho!»
Galopa y galopa Ulrico;
se obscurecen tierra y cielo;
sopla el viento del ocaso;
suenan extraños acentos.
Sus palabras repetidas
oye el lloroso mancebo:
pájaros son de la selva
que están cantando y diciendo:
«Hermoso cantar tú cantas,
el del arrepentimiento;
cuando lo hayas terminado,
vuelve a cantarlo de nuevo».