Prólogo al Intermezzo lírico de Heinrich Heine

Intermezzo lírico

(1822-1823)


De mis ansías, tormentos y querellas
es este libro humilde panteón:
al hojear sus páginas, en ellas
aún sentiréis latir mi corazón.


Prólogo

Era un hidalgo sombrío,
de faz adusta y siniestra,
que pálido y silencioso
vagaba con planta incierta,
lleno el pecho de suspiros,
llena el alma de quimeras.
Era tan arisco y fosco
que al verlo pasar, malévolas
mirábanse y sonreían
las flores y las doncellas.
En el rincón más obscuro
de su lóbrega vivienda,
recatándose de todos,
pasaba la noche entera.
Ambos los brazos al cielo
levantaba con frecuencia,
sin decir una palabra,
sin murmurar una queja.
Pero al tocar media noche,
escuchábanse allá fuera
acordados instrumentos,
coros de voces angélicas,
y al poco rato llamaban,
blandos golpes a la puerta.
Y cual sombra que resbala,
hermosa, ideal, aérea,
entraba su dulce amante,
en gasas de espuma envuelta.
Era el velo de su frente
de hilos de escarchadas perlas;
sus mejillas, cual la rosa
que la aurora colorea.
Caían sobre sus hombros
olas de doradas crenchas;
derramaban sus pupilas
apasionadas ternezas,
y -¡ay Dios!- ¡cómo se abrazaban
el caballero y la bella!
Estrechábala el hidalgo,
y el mismo entonces ya no era:
el tímido se aventura,
el soñoliento despierta,
el arisco se enternece,
late el insensible y tiembla.
Y ella, le hostiga mimosa
y le provoca risueña,
y con el fúlgido velo,
envuélvele la cabeza.
En alcázar diamantino
el caballero se encuentra;
tanta hermosura le asombra,
tanto resplandor le ciega.
Y aún en sus ansiosos brazos
a la encantadora estrecha,
y es su afortunado esposo,
y su dulce esposa es ella,
y en torno tañe la cítara
coro de sílfides bellas.
Tañe la cítara, canta
y el pie a las danzas apresta...
El amante desfallece,
y aún abraza a la hechicera;
pero, de pronto, las luces
se apagan, y en las tinieblas,
en el rincón más obscuro
de su lóbrega vivienda,
otra vez solo y sombrío
está el hidalgo, ¡el poeta!