Para la misma
Miré al sentarme a la mesa,
bañado en la luz del día
el retrato de María,
la cubana-japonesa.
El aire acaricia y besa
como un amante lo haría,
la orgullosa bizarría
de la cabellera espesa.
Diera un tesoro el Mikado
por sentirse acariciado
por princesa tan gentil,
digna de que un gran pintor
le pinte junto a una flor
en un vaso de marfi.
Miré al sentarme a la mesa,
bañado en la luz del día
el retrato de María,
la cubana-japonesa.
El aire acaricia y besa
como un amante lo haría,
la orgullosa bizarría
de la cabellera espesa.
Diera un tesoro el Mikado
por sentirse acariciado
por princesa tan gentil,
digna de que un gran pintor
le pinte junto a una flor
en un vaso de marfi.