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Quebréme la cabeza noche y día
con mil problemas de áridos enojos;
y descubrí la incógnita, alma mía,
al contemplar tus ojos.
Todo mi ser del resplandor brillante
de tu dulce pupila está suspenso:
desde que soy tu afortunado amante,
en nada más ya pienso.
Quebréme la cabeza noche y día
con mil problemas de áridos enojos;
y descubrí la incógnita, alma mía,
al contemplar tus ojos.
Todo mi ser del resplandor brillante
de tu dulce pupila está suspenso:
desde que soy tu afortunado amante,
en nada más ya pienso.