La princesa Ilsa
Soy Ilsa, la princesa que hechizada
guarda el río en sus antros misteriosos;
ven conmigo a mi espléndida morada,
y seremos felices y dichosos.
Ven a bañar en mi raudal fecundo
tu frente atribulada y abatida;
y olvidarás, oh joven moribundo,
todas las amarguras de la vida.
Ven a dormir entre mis blancos brazos,
ven a yacer sobre mi blanco seno;
y soñarás, prendido en estos lazos,
otro mundo mejor, de hechizos lleno.
Al goce y al placer roto ya el dique,
te abrazaré, te besaré anhelante,
como al glorioso emperador Enrique,
que fue mi fiel y apasionado amante.
Pero la muerte su sepulcro sella,
e inmóvil yace en el sombrío lecho;
yo antojadiza soy, joven y bella,
y aún ansioso de amor, late mi pecho.
Ven a mi oculto alcázar cristalino:
allí, galanes, que el amor engríe,
bailan con damas de esplendor divino
y el tropel de los pajes canta y ríe.
Allí crujen las túnicas de seda,
allí rechinan las espuelas de oro;
y tocan los pigmeos de faz leda
la trompa grave y el timbal sonoro.
Como al glorioso emperador un día
te estrecharán mis brazos encendidos:
cuando el marcial clarín le estremecía,
con besos le tapaba los oídos.
Soy Ilsa, la princesa que hechizada
guarda el río en sus antros misteriosos;
ven conmigo a mi espléndida morada,
y seremos felices y dichosos.
Ven a bañar en mi raudal fecundo
tu frente atribulada y abatida;
y olvidarás, oh joven moribundo,
todas las amarguras de la vida.
Ven a dormir entre mis blancos brazos,
ven a yacer sobre mi blanco seno;
y soñarás, prendido en estos lazos,
otro mundo mejor, de hechizos lleno.
Al goce y al placer roto ya el dique,
te abrazaré, te besaré anhelante,
como al glorioso emperador Enrique,
que fue mi fiel y apasionado amante.
Pero la muerte su sepulcro sella,
e inmóvil yace en el sombrío lecho;
yo antojadiza soy, joven y bella,
y aún ansioso de amor, late mi pecho.
Ven a mi oculto alcázar cristalino:
allí, galanes, que el amor engríe,
bailan con damas de esplendor divino
y el tropel de los pajes canta y ríe.
Allí crujen las túnicas de seda,
allí rechinan las espuelas de oro;
y tocan los pigmeos de faz leda
la trompa grave y el timbal sonoro.
Como al glorioso emperador un día
te estrecharán mis brazos encendidos:
cuando el marcial clarín le estremecía,
con besos le tapaba los oídos.