Cantar 2 de Heinrich Heine

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En la quietud de la noche
mi mal a solas lamento,
de la vana muchedumbre
los regocijos huyendo.
A solas corren mis lágrimas,
corren sin tregua ni término;
enjugarlas no consigo
con mis suspiros de fuego.
Un día, niño inocente,
cifré mi dicha en los juegos;
gozaba el don de la vida
sin saber lo que son duelos.
Jardín alegre era el mundo
de lozanas flores lleno;
rosas, lirios y violetas
mis únicos pasatiempos.
Soñando en verde floresta
vi juguetón arroyuelo;
miréme en sus claras linfas;
estaba pálido y tétrico.
Estaba tétrico y pálido
desque mis ojos la vieron:
trocóse en pena mi júbilo
sin sentirlo ni saberlo.
De los cielos descendida,
dulce paz llenó mi pecho;
de los cielos descendida,
huyó otra vez a los cielos.
Tinieblas llenan mis ojos,
sombras me van persiguiendo;
escucho sobresaltado
dentro de mí extraño acento.
Acométenme furiosos
ignotos padecimientos,
y mis entrañas quemando,
me consume extraño incendio.
Y esta hoguera que me abrasa,
y este dolor, del que muero,
amor, amor soberano,
míralo bien, ¡tú lo has hecho!