Canción 3 de Fernando de Herrera

CANCIÓN III

Cuando con resonante
rayo, y furor del braço poderoso
a Encélado arrogante
Iúpiter gloriöso
en Edna despeñó vitoriöso;

y la vencida Tierra,
a su imperio sugeta y condenada,
desamparó la guerra,
por la sangrienta espada
de Marte, con mil muertes no domada;

en la celeste cumbre
es fama, que con dulce voz presente
Febo, autor de la lumbre,
cantó suävemente
rebuelto en oro la encrespada frente.

La sonora armonía
suspende atento al inmortal senado;
y el cielo, que movía
su curso arrebatado,
se reparava al canto consagrado.

Halagava el sonido
al alto y bravo mar y airado viento
su furor encogido,
y con divino aliento
las Musas consonavan a su intento.

Cantava la vitoria
del cielo, y el orror y l' aspereza,
que les dio mayor gloria,
temiendo la crueza
de la Titania estirpe y su bruteza.

Cantava el rayo fiero,
y de Minerva la vibrada lança,
del rey del mar ligero
la terrible pujança,
y del Ercúleo braço la vengança.

Mas del sangriento Marte
las fuerças alabó y desnuda espada,
y la braveza y arte
d' aquella diestra armada,
cuya furia fue en Flegra lamentada.

A ti, dezía, escudo,
a ti valor del cielo poderoso,
poner temor no pudo
el escuadrón dudoso,
con enroscadas sierpes espantoso.

Tú solo a Oromedonte
diste bravo y feroz orrible muerte
junto al doblado monte,
y con dichosa suerte
a Peloro abatió tu diestra fuerte.

O hijo esclarecido
de Iuno, ô duro y no cansado pecho,
por quien Mimas vencido,
y en peligroso estrecho
el pavoroso Runco fue deshecho.

Tú, ceñido d' azero,
tú, estrago de los ombres rabiöso,
con sangre órrido y fiero,
y todo impetuöso,
el grande muro rompes presuroso.

Tú encendiste en aliento
y amor de guerra y generosa gloria
al sacro Ayuntamiento,
dándole la vitoria,
que hará siempre eterna su memoria.

A ti Iúpiter deve,
libre ya de peligro, qu' el profano
linage, que s' atreve
alçar armada mano,
sugeto sienta ser su orgullo vano.

Mas aunque resplandesca
esta vitoria tuya esclarecida
con fama, que meresca
tener eterna vida,
sin que d' oscuridad esté ofendida;

vendrá tiempo, en que sea
tu nombre, tu valor puesto en olvido;
y la tierra posea
valor tan escogido,
qu' ante él, el tuyo quede oscurecido.

Y el fértil Ocidente,
en cuyo inmenso piélago se baña
mi veloz carro ardiente,
con claro onor d' España,
te mostrará la luz desta hazaña.

Que el cielo le concede
de César sacro el ramo gloriöso,
que su valor erede;
para qu' al espantoso
Turco quebrante el brío corajoso.

Vêras' el impio vando
en la fragosa, inacesible cumbre,
que sube amenazando
a la celeste lumbre,
confiado en su osada muchedumbre.

Y allí de miedo ageno
corre, cual suelta cabra, y s' abalança
con el fogoso trueno
de su cubierta estança,
y sigue de sus odios la vengança.

Mas luego qu' aparece
el joven d' Austria en la enriscada sierra,
el temor entorpece
a la enemiga tierra,
y con ella acabó toda la guerra.

Cual tempestad ondosa,
con orrísono estruendo se levanta,
y la nave, medrosa
d' aquella furia tanta,
entre peñascos ásperos quebranta.

O cual del cerco estrecho
el flamígero rayo se desata
con largo sulco hecho,
y rompe y desbarata,
cuanto al encuentro su ímpetu arrebata.

La Fama alçará luego,
y con doradas alas, la Vitoria
sobre el orbe del fuego,
resonando su gloria
con puro resplandor de su memoria.

Y llevarán su nombre
de los últimos soplos d' Ocidente
con inmortal renombre
al purpúreo Oriënte,
y a do iela y abrasa el cielo ardiente.

Si Peloro tuviera
de su ecelso valor alguna parte,
él solo te venciera,
aunque tuvieras, Marte,
doblado esfuerço y osadía y arte.

Si éste valiera al cielo
contra el profano exército arrogante,
no tuvieras recelo,
tú, Iúpiter tonante,
ni arrojaras el rayo resonante.

Traed pues ya bolando
ô cielos, este tiempo espaciöso
que fuerça dilatando,
el curso gloriöso;
hazed, que se adelante presuroso.

Así la lira suena,
y Iove el canto afirma, y s' estremece
sacudido, y resuena
el cielo, y resplandece,
y Mavorte medroso s' oscurece.