poema: Himno al dos de mayo de José de Espronceda
¡Oh! ¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo! Cual las olas
del hondo mar, alboratado brama;
las esplendentes glorias españolas,
su antigua prez, su independencia aclama.
Hombres, mujeres vuelan al combate;
el volcán de sus iras estalló:
sin armas van, pero en sus pechos late
un corazón colérico español.
La frente coronada de laureles,
con el botín de la vencisa Europa,
con sangre hasta las cinchas los corceles
en cien campañas, veterana tropa,
los que el rápido Volga ensangrentaron,
los que humillaron a sus pies naciones,
sobre las pirámides pasaron
al galope veloz de sus bridones,
a eterna lucha, a desigual batalla,
Madrid provoca en su encendida ira,
su pueblo inerme allí entre la metralla
y entre los sables reluchando gira.
Graba en su frente luminosa huella
la lumbre que destella el corazón;
y a parar con sus pechos se atropella
el rayo del mortífero cañón.
¡Oh de sangre y valor glorioso día!
Mis padres cuando niño me contaron
sus hechos ¡ay! y en la memoria mía
santo recuerdo de virtud quedaron!!
"Entonces indignados, me decían,
cayó el cetro español pedazos hecho;
por precio vil a extraños nos vendían,
desde el de CARLOS profanando lecho.
La corte del monarca disoluta,
prosternada a las plantas de un privado,
sobre el seno de impura prostituta,
al trono de los reyes ensalzado.
Sobre coronas, tronos y tiaras,
su orgullo solo, y su capricho ley,
hordas, de snagre y de conquista avaras,
cada soldado un absoluto rey,
fijo en España el ojo centelleante,
el Pirene a salvar pronto el bridón,
al rey de reyes, al audaz gigante,
ciegos ensalzan, siguen en montón".
Y vosotros, ¿qué hicistéis entre tanto,
los de espíritu flaco y alta cuna?
Derramar como hembras débil llanto
o adular bajamente a la fortuna;
buscar tras la extranjera bayoneta
seguro a vuestras vidas y muralla,
y siervos viles, a la plebe inquieta,
con baja lengua apellidar canalla.
¡Canalla, sí, vosotros los traidores,
los que negáis al entusiasmo ardiente,
su gloria, y nunca vistéis los fulgores
con que ilumina la inspirada frente!
¡Canalla, sí, los que en la lid, alarde
hicieron de su infame villanía,
disfrazando su espíritu cobarde
con la sana razón segura y fría!
¡Oh! la canalla, la canalla en tanto,
arrojó el grito de venganza y guerra,
y arrebatada en su entusiasmo santo,
quebrantó las cadenas de la tierra:
Del centro de sus reyes los pedazos
del suelo ensangrentado recogía,
y un nuevo trono en sus robustos brazos
levantando a su príncipe ofrecía.
Brilla el puñal en la irritada mano,
huye el cobarde y el traidor se esconde;
truena el cañón y el grito castellano
de INDEPENDENCIA y LIBERTAD responde.
¡Héroes de mayo, levantad las frentes!
Sonó la hora y la venganza espera:
Id y hartad vuestra sed en los torrentes
de sangre de Bailén y Talavera.
Id, saludad los héroes de Gerona,
alzad con ellos el radiante vuelo,
y a los de Zaragoza alta corona
ceñid que aumente el esplendor del cielo.
Mas ¡ay! ¿por qué cuando los ojos brotan
lágrimas de entusiasmo y de alegría,
y el alma atropellados alborotan
tantos recuerdos de honra y valentía,
negra nube en el alma se levanta,
que turba y oscurece los sentidos,
fiero dolor el corazón quebrante,
y se ahoga la voz entre gemidos?
¡Oh levantad la frente carcomida,
mártires de la gloria,
que aún arde en ella y con eterna vida,
la luz de la victoria!
¡Oh levantadla del eterno sueño,
y con los huecos de los ojos fijos,
contemplad una vez con torvo ceño
la verguenza y baldón de vuestros hijos!
Quizá en vosotros, donde el fuego arde
del castellano honor, aun sobre vida
para alentar el corazón cobarde,
y abrasar esta tierra envilecida.
¡Ay! ¿Cuál fue el galardón de vuestro celo,
de tanta sangre y bárbaro quebranto,
de tan heroica lucha y tanto anhelo,
tanta virtud y sacrificio tanto?
El trono que erigió vuestra bravura,
sobre huesos de héroes cimentado,
un rey ingrato, de memoria impura,
con eterno baldón dejó manchado.
¡Ay! Para erir la libertad sagrada,
el príncipe, borrón de nuestra historia,
lamó en su auxilio la francesa espada,
que segase el laurel de vuestra gloria.
Y vuestros hijos de la muerte huyeron,
y esa sagrada tumba abandonaron,
hollarla ¡oh Dios! a los franceses vieron
y hollarla a los franceses les dejaron.
Como la mar tempestuosa ruge,
la losa al choque de los cráneos duros
tronó y se alzó con indignado empuje,
del galo audaz bajo los pies impuros.
Y aún hoy hélos allí que su semblante
con hipócrita máscara cubrieron,
y a LUIS PELIPE en muestra suplicante,
ambos brazos imbéciles tendieron.
La vil palabra ¡intervención! gritaron
y del rey mercader la reclamaban;
de vuestros timbres sin honor mofaron
mientras en su impudor se encenagaban.
Tumba vosotros sois de vuestra gloria,
de la antigua hidalguía,
del castellano honor que en la memoria
sólo nos queda hoy día.
Hoy esa raza, degradada, espuria,
pobre nación, que esclavizarte anhela,
busca también por renovar tu injuria
de extranjeros monarcas la tutela.
Verted juntando las dolientes manos
lágrimas ¡ay! que escalden la mejilla;
mares de eterno llanto, castellanos,
no bastan a borrar nuestra mancilla.
Llorad como mujeres, vuestra lengua
no osa lanzar el grito de venganza;
apáticos vivís en tanta mengua
y os cansa el brazo el peso de la lanza.
¡Oh! en el dolor inmenso que me inspira,
el pueblo entorno avergonzado calle;
y estallando las cuerdas de mi lira,
roto también, mi corazón estalle.
poema de José de Espronceda