poema: Canción de Gil Polo
En el campo venturoso,
donde con clara corriente
Guadalavïar hermoso
dejando el suelo abundoso
da tributo al mar potente;
Galatea, desdeñosa
del dolor que a Licio daña,
iba alegre y bulliciosa
por la ribera arenosa
que el mar en sus ondas baña.
Entre la arena cogiendo
conchas y piedras pintadas,
muchos cantares diciendo
con el son del ronco estruendo
de las ondas alteradas.
Junto al agua se ponía,
y las ondas aguardaba,
y en verlas llegar huía;
pero a veces no podía
y el blanco pie se mojaba.
Licio, al cual en sufrimiento
amador ninguno iguala,
suspendió allí su tormento
mientras miraba el contento
de su pulida zagala.
Mas cotejando su mal
con el gozo que ella había
el fatigado zagal
con voz amarga y mortal
de esta manera decía:
- Ninfa hermosa, no te vea
jugar con el mar horrendo;
y aunque más placer te sea,
huye del mar, Galatea,
como estás de Licio huyendo.
Deja ahora de jugar,
que me es dolor importuno:
No me hagas más penar,
que en verte cerca del mar
tengo celos de Neptuno.
Causa mi triste cuidado
que a mi pensamiento crea:
porque ya está averiguado
que si no es tu enamorado
lo será cuando te vea.
Y está cierto, porque amor
sabe desde que me hirió,
que para pena mayor
me falta un competidor
más poderoso que yo.
Deja la seca ribera
do está el alga infructuosa:
Guarda que no salga afuera
alguna marina fiera
enroscada y escamosa.
Huye ya, y mira que siento
por ti dolores sobrados;
porque con doble tormento
celos me da tu contento
y tu peligro cuidados.
En verte regocijada
celos me hacen acordar
de Europa, ninfa preciada,
del toro blanco engañada
en la ribera del mar.
Y el ordinario cuidado
hace que piense contino
de aquel desdeñoso alnado,
orilla del mar arrastrado,
visto aquel monstruo marino.
Mas no veo en ti temor
de congoja y pena tanta;
que bien sé por mi dolor
que a quien no teme el amor
ningún peligro le espanta.
Guarte pues de un gran cuidado:
que el vengativo Cupido
viéndose menospreciado,
lo que no hace de grado,
suele hacerlo de ofendido.
Ven conmigo al bosque ameno,
y al apacible sombrío
de olorosas flores lleno,
do en el día más sereno
no es enojoso el Estío.
Si el agua te es placentera,
hay allí fuente tan bella
que para ser la primera
entre todas, sólo espera
que tú te laves en ella.
En aqueste raso suelo
a guardar tu hermosa cara
no basta sombrero o velo;
que estando al abierto cielo
el sol morena te para.
No escuches dulces concentos,
sino el espantoso estruendo
con que los bravosos vientos
con soberbios movimientos
van las aguas revolviendo.
Y tras la fortuna fiera
son las vistas más süaves
ver llegar a la ribera
la destrozada madera
de las anegadas naves.
Ven a la dulce floresta,
do natura no fue escasa:
donde haciendo alegre fiesta
la más calorosa siesta
con más deleite se pasa.
Huye los soberbios mares;
Ven, verás como cantamos
tan deleitosos cantares
que los más duros pesares
suspendemos y engañamos;
Y aunque quien pasa dolores,
amor le fuerza a cantarlos,
yo haré que los pastores
no digan cantos de amores,
porque huelgues de escucharlos.
Allí, por los bosques y prados,
podrás leer todas horas,
en mil robles señalados
los nombres más celebrados
de las ninfas y pastoras.
Más sérate cosa triste
ver tu nombre allí pintado,
en saber que escrita fuiste
por el que siempre tuviste
de tu memoria borrado.
Y aunque mucho estés airada,
no creo yo que te asombre
tanto el verte allí pintada,
como el ver que eres amada,
del que allí escribió tu nombre.
No ser querida y amar
fuera triste desplacer;
Mas ¿qué tormento o pesar
te puede, Ninfa, causar
ser querida y no querer?
Mas desprecia cuanto quieras
a tu pastor, Galatea;
sólo que en estas riberas
cerca de las ondas fieras
con mis ojos no te vea.
¿Qué pasatiempo mejor
orilla del mar puede hallarse
que escuchar el ruiseñor,
coger la olorosa flor
y en clara fuente lavarse?
Plugiera a Dios que gozaras
de nuestro campo y ribera,
y porque más lo preciaras,
ojalá tú lo probaras,
antes que yo lo dijera.
Porque cuanto alabo aquí
de su crédito lo quito;
Pues el contentarme a mí
bastará para que a tí
no te venga en apetito.-
Licio mucho más le hablara,
y tenía más que hablalle,
si ella no se lo estorbara,
que con desdeñosa cara
al triste dice que calle.
Volvió a sus juegos la fiera
y a sus llantos el pastor,
y de la misma manera
ella queda en la ribera,
y él en su mismo dolor.
donde con clara corriente
Guadalavïar hermoso
dejando el suelo abundoso
da tributo al mar potente;
Galatea, desdeñosa
del dolor que a Licio daña,
iba alegre y bulliciosa
por la ribera arenosa
que el mar en sus ondas baña.
Entre la arena cogiendo
conchas y piedras pintadas,
muchos cantares diciendo
con el son del ronco estruendo
de las ondas alteradas.
Junto al agua se ponía,
y las ondas aguardaba,
y en verlas llegar huía;
pero a veces no podía
y el blanco pie se mojaba.
Licio, al cual en sufrimiento
amador ninguno iguala,
suspendió allí su tormento
mientras miraba el contento
de su pulida zagala.
Mas cotejando su mal
con el gozo que ella había
el fatigado zagal
con voz amarga y mortal
de esta manera decía:
- Ninfa hermosa, no te vea
jugar con el mar horrendo;
y aunque más placer te sea,
huye del mar, Galatea,
como estás de Licio huyendo.
Deja ahora de jugar,
que me es dolor importuno:
No me hagas más penar,
que en verte cerca del mar
tengo celos de Neptuno.
Causa mi triste cuidado
que a mi pensamiento crea:
porque ya está averiguado
que si no es tu enamorado
lo será cuando te vea.
Y está cierto, porque amor
sabe desde que me hirió,
que para pena mayor
me falta un competidor
más poderoso que yo.
Deja la seca ribera
do está el alga infructuosa:
Guarda que no salga afuera
alguna marina fiera
enroscada y escamosa.
Huye ya, y mira que siento
por ti dolores sobrados;
porque con doble tormento
celos me da tu contento
y tu peligro cuidados.
En verte regocijada
celos me hacen acordar
de Europa, ninfa preciada,
del toro blanco engañada
en la ribera del mar.
Y el ordinario cuidado
hace que piense contino
de aquel desdeñoso alnado,
orilla del mar arrastrado,
visto aquel monstruo marino.
Mas no veo en ti temor
de congoja y pena tanta;
que bien sé por mi dolor
que a quien no teme el amor
ningún peligro le espanta.
Guarte pues de un gran cuidado:
que el vengativo Cupido
viéndose menospreciado,
lo que no hace de grado,
suele hacerlo de ofendido.
Ven conmigo al bosque ameno,
y al apacible sombrío
de olorosas flores lleno,
do en el día más sereno
no es enojoso el Estío.
Si el agua te es placentera,
hay allí fuente tan bella
que para ser la primera
entre todas, sólo espera
que tú te laves en ella.
En aqueste raso suelo
a guardar tu hermosa cara
no basta sombrero o velo;
que estando al abierto cielo
el sol morena te para.
No escuches dulces concentos,
sino el espantoso estruendo
con que los bravosos vientos
con soberbios movimientos
van las aguas revolviendo.
Y tras la fortuna fiera
son las vistas más süaves
ver llegar a la ribera
la destrozada madera
de las anegadas naves.
Ven a la dulce floresta,
do natura no fue escasa:
donde haciendo alegre fiesta
la más calorosa siesta
con más deleite se pasa.
Huye los soberbios mares;
Ven, verás como cantamos
tan deleitosos cantares
que los más duros pesares
suspendemos y engañamos;
Y aunque quien pasa dolores,
amor le fuerza a cantarlos,
yo haré que los pastores
no digan cantos de amores,
porque huelgues de escucharlos.
Allí, por los bosques y prados,
podrás leer todas horas,
en mil robles señalados
los nombres más celebrados
de las ninfas y pastoras.
Más sérate cosa triste
ver tu nombre allí pintado,
en saber que escrita fuiste
por el que siempre tuviste
de tu memoria borrado.
Y aunque mucho estés airada,
no creo yo que te asombre
tanto el verte allí pintada,
como el ver que eres amada,
del que allí escribió tu nombre.
No ser querida y amar
fuera triste desplacer;
Mas ¿qué tormento o pesar
te puede, Ninfa, causar
ser querida y no querer?
Mas desprecia cuanto quieras
a tu pastor, Galatea;
sólo que en estas riberas
cerca de las ondas fieras
con mis ojos no te vea.
¿Qué pasatiempo mejor
orilla del mar puede hallarse
que escuchar el ruiseñor,
coger la olorosa flor
y en clara fuente lavarse?
Plugiera a Dios que gozaras
de nuestro campo y ribera,
y porque más lo preciaras,
ojalá tú lo probaras,
antes que yo lo dijera.
Porque cuanto alabo aquí
de su crédito lo quito;
Pues el contentarme a mí
bastará para que a tí
no te venga en apetito.-
Licio mucho más le hablara,
y tenía más que hablalle,
si ella no se lo estorbara,
que con desdeñosa cara
al triste dice que calle.
Volvió a sus juegos la fiera
y a sus llantos el pastor,
y de la misma manera
ella queda en la ribera,
y él en su mismo dolor.
poema de Gil Polo