¿Conocéis a la rubia y tierna Amira?
¡Qué belleza, qué flor, qué luz, qué fuego!
Su andar se ajusta al ritmo de la lira,
hay en su voz la suavidad del ruego.
El flamenco nadando en la laguna,
entre el verde juncal, no es más gallardo;
espira un vago resplandor de luna,
tiene la fresca palidez del nardo.
Hace soñar; la mente se colora
de su candor al virginal destello;
se sueña con las rosas, con la aurora,
con las hebras de luz de su cabello.
Parece que un espíritu celeste,
siguiéndola invisible la perfuma,
y que su blanca y ondulante veste,
por el aire agitada, hiciese espuma.
Ayer la vi pasar en lontananza,
e imaginó mi alma entristecida,
era el ángel de la última esperanza,
que buscaba el sepulcro de mi vida.
¡Qué belleza, qué flor, qué luz, qué fuego!
Su andar se ajusta al ritmo de la lira,
hay en su voz la suavidad del ruego.
El flamenco nadando en la laguna,
entre el verde juncal, no es más gallardo;
espira un vago resplandor de luna,
tiene la fresca palidez del nardo.
Hace soñar; la mente se colora
de su candor al virginal destello;
se sueña con las rosas, con la aurora,
con las hebras de luz de su cabello.
Parece que un espíritu celeste,
siguiéndola invisible la perfuma,
y que su blanca y ondulante veste,
por el aire agitada, hiciese espuma.
Ayer la vi pasar en lontananza,
e imaginó mi alma entristecida,
era el ángel de la última esperanza,
que buscaba el sepulcro de mi vida.