El vaquerillo

Teócrito


Queriendo yo besarla dulcemente,
Cunica me burló, y me baldonando,
«Vete, vete, me dijo; ¿tú me quieres,
Desdichado, besar, siendo un vaquero?
Besar no sé yo al modo de los rústicos,
Sino oprimir los labios ciudadanos.
Nunca tú besarás mi hermosa boca
ni aun en sueños; ¡cuál hablas! ¡qué figura!
¡cuán rústico que juegas! ¡qué donoso
Razonar! ¡qué palabras tan suaves!
¡Qué linda barba tienes, y qué hermosa
cabellera! tus labios son de enfermo,
Tus manos están negras, y aun mal hueles.
Huye al punto de mi, no me contagies.»
Esto diciendo, se escupió en el seno
tres veces, y miróme de contino
De la cabeza hasta los pies, hablando
Allá entre dientes, y con malos ojos
Me miraba, alegrándose en extremo
Con su hermosura; y con la boca henchida
De risa, me mofó con insolencia.
A mí al punto exaltóseme la sangre,
Y se encendió, con el dolor, mi cuerpo,
Cual la rosa lo está con el rocío.
Mas ella de verdad fuese y dejóme;
Y yo aun llevo el enojo dentro el pecho,
Porque, siendo tan puesto y tan gracioso,
Una fea ramera me burlase.
Así, pastores, la verdad decidme :
¿No soy hermoso yo? ¿me hizo acaso
De súbito algún dios otro del que era?
Porque antes, de verdad, yo florecía
Con agradable forma, cual del tronco
Alrededor la yedra, y adornaba
Mi barba; y mis cabellos, como el apio,
En torno se esparcían de mis sienes;
Y la mi frente candida lucía
Sobre mis negras cejas, y los ojos
Muy más donosos eran y agraciados
Que no los de Minerva, y la mi boca
Más dulce que la leche ya cuajada,
Y de ella me salía muy más dulce
La voz que los panales. Pues mi canto
También es dulce; y con la avena entono,
Y con caña y con pluma y flauta izquierda;
Y todas las mujeres en los montes
Dicen que soy hermoso, y todas me aman.
Sólo las ciudadanas no me amaron,
Pero por ser vaquero me desdeñan;
Ni jamas oyen que el hermoso Baco
Una novilla apacentó en las selvas,
Ni saben que perdida anduvo Venus
De amores de un vaquero, y en los montes
Le acompañó de Frigia, y que a su Adonis
Amó en las selvas, y lloróle en ellas.
Pues Endimion, ¿quién fué? ¿no fué un vaquero,
Al cual, apacentando su ganado,
No obstante amó la luna, y con él vino,
Bajando desde el cielo al monte Lamio,
Y durmió del zagal en compañía?
Un vaquero también tú, Rhea, lloras;
Y tú, Jove, ¿perdido no anduviste
Por un muchacho, aunque zagal de bueyes?
Cunica, empero, sola no se digna
De querer a un vaquero, y más ser quiere
Que Cibeles, que Venus y la Luna.
Así en lo venidero ni en el monte
Venus, ni en la ciudad, a aquel tu amado
Quieras; mas sola por la noche duerme.

A UNA EX BELLA

Antonio Plaza


¿Eres tú?... ¿Eres tú la hada hermosa
a quien rendí mi corazón ingente?
¿Eres aquella peregrina diosa
que despreció mi culto reverente?
¡Vade retro!, ¡infeliz!... vieja asquerosa,
negro cadáver de ilusión ardiente,
poema de un amor santo, divino,
forrado en indecente pergamino.

¡Oh, cuánto, cuánto padecer me hiciste.
De mi llanto de fuego te reíste,
de mi fe candorosa te burlaste.
Todo al fin acabó... tú lo quisiste,
que en la senda del vicio te arrojaste,
y has encontrado en esa cloaca impura
una vejez infame y prematura.

Tu boca, ayer fragante como rosa,
se ha convertido en cueva tenebrosa
depósito de perlas incesantes,
donde bailan un par de flojos dientes;
y tu crencha tan fina, tan sedosa,
es ya mechón de canas indecentes;
¿y así te amaba yo?... ¡terrible chasco!
si lo que inspiras tú es solo... asco.

Pobre mujer, en tu vejez temida,
en la horrible vejez, que da coraje,
eres muerta ilusión, fruta podrida,
árbol seco, cenizo, sin ramaje;
mariposa en gusano convertida;
pavo real desnudo de plumaje:
y qué ¿tu porvenir no te acobarda?...
vete ¡por Dios!... el hospital te aguarda.

Como el viento, fugaz es la hermosura;
es el lujo fantástica quimera:
las flores se convierten en basura,
los trajes van a dar a la hilachera,
y la epidermis de sin par blancura
es el forro de horrible calavera,
y los ojos brillantes, primorosos,
se vuelven agujeros asquerosos.

A una muchacha de formados

Umar Ibn Abí Rabí'a (m. hacia 720 d. C. )

A una muchacha de formados senos
invité a tenderse, sin cojín sobre la arena del desierto.
Así lo haré, aunque no sea mi costumbre.
Y cuando iba a despuntar la aurora me dijo:
Me has deshonrado, ahora vete si quieres, o sigue
si así lo prefieres. Pero no hice sino sorber sus encías
y entre charlas, besarla en la boca.
Me llené de toda ella.
Me envolví en su vestido de seda
y a mis ojos dije: Llorad ahora.
Entonces ella se levantó
para borrar con su manto las huellas
y buscar las perlas del collar desparramadas.

La madre del prisionero - Abu Firas Al-Hamdani

Poema de Abu Firas Al-Hamdani...
circa 968 d. C.

La madre del prisionero

Cúbrate la lluvia, madre del prisionero cuya suerte
aborreces.
Él está turbado, no se pone en pie ni camina.
¿A quien llevar la buena nueva del rescate?
¿A quien cuidar, que cabellos sobre la frente arreglar,
si tu hijo anda por tierra y mar?
¿Quién le protejerá, quién le llamará por su nombre?
Los ojos ya no hallarán la paz de noche;
abyecto sería mostrarse alegre
habiendo tú degustado la muerte y el infortunio sin
hijo ni compañero.
El amado de tu corazón desapareció de aquel lugar
en que presentes estaban los ángeles del cielo.

Lloren por tí aquellos días en que, paciente, ayunabas
al sol abrasador del mediodía.

Lloren por tí aquellas noches que en pie pasaste
hasta despuntar la luz de la aurora.

Lloren por tí aquellos oprimidos, de tantos temidos,
a quienes tú acogiste cuando no hallaban protector.

Lloren por tí aquellos pobres indigentes a los que
socorriste
cuando no se tenían en pie,

Cuantas largas, incomparables penas pasaron por tí.
Cuantos secretos por tu corazón pasaron sin revelarse jamás.
Cuantas veces te daban albricias que acercaban el plazo
de mi llegada.

¿A quien me lamentaré, a quién suplicaré mi liberación
si tengo el pecho encogido de dolor?
¿Qué mujer rezará ahora por mí, a la luz de que rostro
me iluminaré,
quién alejará de mí el destino implacable?

¿Quién me ayudará a sobrepasar tan ardua situación?

Mi único consuelo es que, en breve, al más allá donde te allás
ire yo a parar.

Mu‘allaqa - Tarafa

Tarafa
(m. 569 d.C.)

Mu’allaqa


No acampo en los altos por miedo.
Auxilio cuando se solicita mi auxilio.

No dejo de saciarme en vino y placeres,
de vender y gastar los bienes transmitidos y adquiridos
hasta evitarme toda la tribu como a camello embreado.
Y tú, que censuras que asista a la guerra y a los placeres me
entregue,
¿puedes tú hacerme inmortal? Si no puedes evitar mi muerte,
dejame abordarla con lo que poseo.

Si el hombre lograra algún dia burlar la muerte,
por vida suya, que eso sería como soltar una amarra
asida por ambos cabos.
Yo soy el hombre enjuto que conocéis,
agudo como flamante cabeza de serpiente.